martes, 1 de febrero de 2011

La marioneta del diablo


Capítulo I
"Sed de sangre"

Tome un lápiz del escritorio. Luego de limpiar mis lentes, abrí el cajón donde se encontraba el anotador y me dispuse a comenzar. Mi mano se movía abarcando todo el papel, de acuerdo a las indicaciones que me daba la persona que había encontrado a la victima. Luego de un rato de trabajo, me detuve. Bebí un sorbo de agua, y me quede observando el identikit.
Tenía un nuevo caso. Un nuevo asesinato. Si es que así se lo puede llamar, ya que estaba conectado con otros tres más ocurridos días atrás.
Cuatro crímenes, cuatro asesinos distintos; conectados por una cosa en común, la misma forma idéntica de matar.
Las victimas, elegidas aparentemente al azar, fueron asesinadas en diferentes lugares y circunstancias; en un radio que cubría unos diez kilómetros. Ninguno de los hombres tenía nada en común, pero todos fueron asesinados mediante un corte profundo en la garganta. Aun así, lo mas extraño de estas muertes era que cada victima tenia además, el mismo símbolo tallado a filo en su frente. Los calígrafos aún se encuentran trabajando en él, puesto que no aparenta ser de algún lenguaje conocido.
Siempre lugares públicos, llenos de personas, atacando impunemente a cara descubierta, no me explico realmente como hicieron para escapar sin ser atrapados.
Ayer, fue el último asesinato, cuando el playero de una estación de servicio vio salir del baño a un “extraño sujeto” con sus manos cubiertas de sangre. Le preguntó si necesitaba ayuda y el tipo le dio un golpe rompiéndole la nariz y huyó. Cuando fue al baño encontró a un hombre agonizante ahogándose con su propia sangre, y el extraño símbolo en su frente.
Los ataques comenzaron el jueves pasado. Estamos a martes. Conociendo la inexplicable y demencial sed de sangre que tienen estos sujetos, no pasará mucho tiempo antes de que vuelvan a atacar otra vez. Y si de algo estaba seguro, es que descifrar ese extraño símbolo sería el primer paso para atraparlos.

 


Capítulo II
"El símbolo del pecado"

Especialistas en caligrafía traídos de distintos lugares, trabajaban a contrarreloj tratando de descifrar el enigmático símbolo. Las horas pasaban y no se lograba ningún avance. La sola idea de pensar que los criminales seguían libres, con la opción de atacar a placer sin que pudiera hacer nada, me atormentaba sobre manera; ya que seguían corriendo las horas y seguía sin hallar ninguna pista.
Me estaba por dar por vencido, cuando al parecer, uno de los calígrafos encontró algo acerca de la misteriosa insignia. Aparentemente era un emblema que se utilizaba en la Edad Media, más precisamente en el periodo comprendido por la Inquisición. "Cuando un sujeto era condenado por el tribunal de cometer herejía, era marcado en la frente con un brasero al rojo vivo con este distintivo. De esa manera, el desgraciado era identificado por los demás como hereje y traidor, y vagaba como un miserable por las calles, siendo atacado y humillado por los demás; hasta que moría por las infecciones de las heridas de su rostro, y quedaba su cuerpo pudriéndose en algún callejón mugroso. Se decía que el alma del condenado estaba penada a vagar por el infierno". Este era el peor castigo utilizado por el tribunal inquisidor.
De manera que los asesinos debían ser criminales fanáticos de alguna secta, o solamente un grupo de sádicos dementes. Pensé que al descubrir el significado de este símbolo tendría información para saber en donde buscar, pero era solo un dato de color, ya que me encontraba igual que al principio.
Deje ir a los calígrafos del caso. Ya no los necesitaba. Volví a tomar los expedientes de las victimas. A analizarlos uno por uno. Leí detenidamente cada uno de ellos cientos de veces, pero no encontré nada relevante. Vivian en distintos barrios, tenían distintos empleos, su situación económica era diferente; no existía absolutamente nada que los conectase, aun así debía hallar algo, por mas pequeño que sea.
Cansado, abatido, dejé los informes sobre el escritorio. Simplemente me quede sentado, quieto; mirando el anochecer estrellado por la ventana, como esperando que se me caiga una respuesta. 
De pronto, algo hizo desviar mi vista del cielo, fijándola en el plano donde estaban marcadas las localizaciones de las muertes. Quede observándolo un rato y me pareció ver algo que no había percibido antes. Trazando una línea recta entre los lugares de las muertes, sorprendentemente se formaba una cruz. La encrucijada coincidía con el edificio del manicomio municipal. Tal vez esto sólo era una coincidencia sin valor alguno, pero el cansancio que tenía y sobre todo, la necesidad de conseguir alguna pista factíble; me hicieron salir de la oficina, subirme a mi auto y dirigirme a inspeccionar ese lugar.




Capítulo III
"Invocando demonios"

El reloj marcaba que habían pasado quince minutos de las doce de la noche, cuando estacioné el automóvil en la puerta del manicomio. Afuera hacia un frío terrible, y la persistente lluvia no cesaba ni un segundo. Entré por un enorme y pesado portón oxidado de rejas, que hizo un rechinido tan agudo cuando lo abrí; que los cuervos que se encontraban posados sobre el, salieron chillando cruzando el cielo hasta perderse en la espesura de las nubes negras. Crucé un jardín de pastos altos y árboles secos, hasta que llegué al pórtico donde se encontraba la entrada. Golpeé la puerta. Nadie se acercó a abrirla. Volví a golpear, esta vez más fuerte. Esperé unos segundos más. Oí unos pasos, que lentamente se acercaban al portón, hasta que finalmente, este se abrió.      
Me atendió el medico de guardia del lugar preguntándome de mala manera que quería. Era un sujeto de mediana altura, calvo, de ojos pequeños y no pude evitar ver que además tenía una gran mordida en su oreja. Le respondí que estaba investigando unos asesinatos ocurridos en la zona, y que quería investigar el lugar. Se sonrío diciendo que aquí solo encontraría locos, no asesinos. Me pidió que le muestre mi placa, y después de observarla detenidamente unos segundos, me dejo pasar.
Me condujo por los pasillos del pabellón mientras me comentaba que hace mucho tiempo la policía no se acercaba al lugar. Decía que le causaba gracia, ya que luchaban contra asesinos seriales, psicópatas; y le tenían miedo a unos locos medicados que no saben ni su propio nombre. Para el, trabajar en un “loquero” era el trabajo mas tranquilo del mundo. Hice de cuenta que no escuché lo que dijo, y le pregunté si había pasado algo anormal en los últimos días. Dijo que todo lo que pasaba aquí era anormal para la gente como los policías. Pero luego agregó que había escuchado cosas que le habían parecido extrañas. Le pregunte a que se refería y me contestó que unos días atrás, haciendo el patrullaje nocturno, escuchó a uno de los internos hablando en un extraño lenguaje. Se acercó a la puerta, y además percibió un olor a azufre intenso. Intentó ver en el interior de la celda por la mirilla pero no consiguió ver nada. Entonces abrió la puerta para ver que sucedía, e inmediatamente el recluso se abalanzo encima de el, atacándolo, hasta arrancarle la mitad de su oreja derecha. Enseguida llegaron otros médicos, que redujeron al atacante inyectándole sedantes hasta dejarlo completamente dormido.
Después interrogaron al recluso para saber porque había hecho eso, y respondió con desvaríos de loco, como que un “brujo” lo había “hechizado” para que escape del manicomio y mate personas.
Pedí verlo, pero me respondió que no podía. Dos días antes se había ahorcado con los cordones de sus zapatos.
Cansado, decidí irme del lugar, ya que había considerado que ir hasta allí había sido una total perdida de tiempo. Estábamos dirigiéndome a la salida cuando escuche a lo lejos alguien que hablaba. Nos acercábamos cada vez mas, y escuchábamos un extraño lenguaje que era el mismo que había escuchado el medico cuando ocurrió el incidente.
Rápidamente, saque mi revolver de la funda y con señas le dije al medico que abriera la puerta. La primer imagen que vi, fue a un tipo vestido de negro leyendo un libro en un idioma extraño y al mismo tiempo como hipnotizando al recluso con un medallón. Era un hecho confuso, que no me permitió realizar ninguna conjetura, ya que acto seguido, el recluso se abalanzó sobre el médico, mientras que el extraño sujeto saltó por la ventana que daba al jardín. Lo seguí sin pensarlo, y este con increíble agilidad, saltó el portón de hierro de unos dos metros como si fuese una pequeña valla. Yo di toda la vuelta, y como ya me había sacado unos veinte metros de distancia le disparé, sin suerte ni puntería ya que la niebla no me dejaba ver casi nada. De pronto, había desaparecido en la oscuridad de la noche.
Volví al manicomio, y vi como al medico de guardia lo llevaban herido a la enfermería, ya que el recluso le había arrancado un pedazo de su mano a mordiscos. Pedí que dejaran al atacante en observación, ya que me ayudaría todo lo que pudiera decirme. Estoy seguro de que con su testimonio, podré entender mejor lo ocurrido, y adelantarme a los próximos hechos.  



Capítulo IV
"Mensajes subliminales"

La mañana siguiente, llegué a la central mas temprano que de costumbre. Todos los sucesos ocurridos recientemente me hicieron pensar, replantear varias veces la situación, que de por si ya era bastante extraña. Volví a considerar datos, hipótesis descartadas, pero ninguna cerraba ni explicaba, por lo menos de forma parcial y provisoria, lo sucedido hasta ahora.
Tomé mi anotador, una lapicera y me dirigí hacia donde se encontraba recluido el paciente del manicomio. Afuera de la habitación se encontraban otros agentes y un psicólogo, para observar detenidamente la situación. Entonces, entré y junto con el sujeto había también un guardia, al que le dije que se retirara.
El sujeto se encontraba sentado, esposado. Me senté en la silla, apoyé el anotador en la mesa y me quedé observándolo por unos instantes. Estaba alienado, como bajo algún trance, ya que miraba todo el tiempo hacia la misma dirección donde no había nada. Le hice algunas preguntas simples, como su nombre, edad; pero fue inútil ya que permanecía todo el tiempo en ese estado de idiotez absoluta. Lo intenté un par de veces más, pero sin ningún resultado. Era una perdida de tiempo. Pero de pronto, su vista hacia la pared se movió hacia mis ojos. Me observaba fijamente, pero con una mirada fría y apagada; como si estuviese dormido con los ojos abiertos. Una vez más volví a realizar el cuestionario pero los resultados seguían siendo los mismos. De repente, el tipo levantó sus manos señalando el anotador que se encontraba arriba de la mesa. Entonces hice ingresar al guardia y le ordené que le saque las esposas. Le di un bolígrafo y empezó a trazar unas líneas sobre el papel. Su mano se movía con gran velocidad por el alto y ancho de la hoja. Estuvo alrededor de quince minutos dibujando sobre el papel, hasta que en un momento se detuvo, dejo el bloc sobre la mesa y se sumergió nuevamente en su estado de meditación absoluta. 
Finalmente los guardias se lo llevaron a su pabellón, mientras yo me quede observando, tratando de descifrar alguna forma existente entre todos los garabatos que había hecho en el papel.
Se lo di a analizar al psicólogo, quien luego de observarlo, me dijo que había perdido el tiempo, ya que lo único que demostraba el dibujo, eran los desvaríos de un orate. 
Estuve cuatro días enteros tratando de encontrarle algún significado racional sin conseguir nada. Frustrado, después de tanto tiempo perdido, hice un bollo con el maldito papel y lo tire.
Eran las tres de la mañana y ya estaba cansado, decidí irme. Entonces tome las llaves de mi auto cuando mi vista casualmente se cruzó con aquel bollo de papel.
Vi algo en el que no había notado antes. Mirando el trozo de papel arrugado, desde este ángulo, pude observar lo que parecía ser un rostro, más bien su contorno y algunos rasgos de la cara, que me pareció que coincidían con los del extraño tipo que había visto en el manicomio. Pero había algo más en el dibujo, y era dos letras esbozadas débilmente bajo su cabeza pero perceptibles al fin: S.J.
No tenia idea de lo que eso podía significar. Tal vez era el nombre y apellido del asesino, pero era bastante improbable. Solo había una forma de confirmarlo, y era a través del autor del dibujo.
Baje por el ascensor al piso inferior donde se encontraban las celdas, y una vez allí ingresé con el trozo de papel a encontrarme con su dibujante. Este, para variar, se encontraba observando detenidamente el techo como si hubiera allí algo de interés.
Trate de hacerle ver el dibujo, pero seguía fascinado contando manchas de humedad, entonces lo tomé del cuello y le puse el papel enfrente de sus ojos señalándole las letras.
Tuve que repetirle tres veces la pregunta. Pero de golpe, alzó su torpe y apagada vista, me miró a los ojos, y extendió lentamente su brazo señalando al medico que se encontraba afuera de la celda. Hice ingresar al medico, mientras el tipo seguía señalando las letras que estaban escritas en el bolsillo de su camisa: S.J.
Que no era otra cosa que el Manicomio San Jorge. El lugar al que ya había ido a investigar, y donde vi con mis propios ojos al “hipnotizador” en acción.
Allí es donde los hechos supuestamente comenzaron, también será donde terminarán.
Sea lo que suceda allí, no me detendré hasta descubrir la verdad.



Capítulo V
"El oficio del converso"

La noche oscura era de un frío intenso. La espesura de la niebla dejaba ver solamente lo que había delante de los ojos. El viento helado llegaba hasta los huesos. 
Estacioné mi auto en la parte trasera del manicomio. Cargué mi revolver y salí al exterior. Si en el departamento de policía se enteraban que quería resolver el caso por afuera de su política, podía costarme el puesto y hasta podía ir a prisión.
Eso no me importaba; desde que comenzó esta serie de crímenes brutales no pude dormir bien, atormentado; pensando día y noche la forma de actuar y las decisiones a tomar. Mi humor había cambiado completamente. Necestitaba resolver esto de cualquier forma. Por eso, estaba tomando unas píldoras, que me permitían serenarme y enfocarme. Por cierto, éste era un buen momento para una dosis.
Entonces camine sigilosamente por el parque, ubicado en la parte posterior al edificio, hasta llegar al pabellón en donde había visto a ese extraño sujeto la otra noche. Me acerque hacia una de las ventanas, y tratando de hacer el menor ruido posible, le di un golpe al vidrio haciendo estallar una parte pequeña de el, que me bastó para introducir mi mano y levantar la traba que la mantenía cerrada.
Entre discretamente y me quede un rato allí, en uno de los pasillos, agachado, viendo si efectivamente nadie me había escuchado.
Luego de un rato, comencé a explorar el lugar. La mayoría de los reclusos dormían, otros hablaban solos, algunos caminaban dentro de su celda, pero no ocurría nada fuera de lo normal. Me acerqué hasta el recibidor, donde ví al medico de guardia mirando concentradamente la televisión, por lo que nadie me molestaría mientras investigara.
Revisé detalladamente cada rincón del primer pabellón sin encontrar ningún rastro anormal. Me dirigí al segundo. El silencio reinante en el edificio era mortuorio. Sólo percibía el sonido de mis pasos y el latido de mi corazón, cuando de pronto, comencé a oír unos débiles susurros. Al acercarme más, esos susurros se trasformaron en palabras pronunciadas en ese lenguaje indescifrable. No tenia dudas, se encontraba dentro de la celda. Despacio, me acerqué al marco de la puerta y pude ver al sujeto leyendo en voz alta un viejo libro mientras hipnotizaba a un pobre infeliz. Mi rompecabezas estaba completo. El maníaco manipulaba mediante hipnosis a los pacientes para luego obligarlos a matar. El motivo que lo impulsaba era lo que no sabía y lo que averiguaré unas vez que lo encierre en la comisaría. Giré el picaporte, e ingresé a la celda, apuntándole al tipo y ordenándole que se detuviera. Dejó de leer, me miró unos segundos, y acto seguido sentí un golpe en la cabeza que me dejó inconsciente tumbado en el suelo.

En un momento, creí despertar, pero no estaba despierto. Trate de abrir mis ojos, pero mi vista estaba nublada y sólo podía distinguir a un objeto que se balanceaba de un lado a otro sobre mi cara. Todo estaba en silencio, pero escuchaba voces que no podía entender. Estaba acostado sobre algo, sentía mis manos y pies estirados y amarrados. No podía reaccionar ni sacarle la vista de encima a ese medallón. De a poco, mi mente dejó de manejar a mi cuerpo; hasta que todo se apagó.

Tengo un cuchillo en el bolsillo. Mi amo me dió una orden. No le fallaré. Allí veo al próximo miserable…



FIN

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