lunes, 23 de septiembre de 2013

Las armas las carga cualquier pobre diablo





DIA 1

Solamente te das cuenta que el aire es mas fresco, que el sol es mas brillante y que los colores son mas vividos que antes; una vez que dejan de apuntarte con un revolver en la cabeza.
Hasta ese momento todo encaja en los grises, mas claros, mas oscuros; pero grises al fin.
Las cosas que no tienen sentido lo cobran, las que tienen sentido lo tienen aun mas. 
A partir de ese momento, tratas de exprimir cada segundo, de gastarlo hasta hacerlo desaparecer antes de tomar el siguiente.
Esa sensación de una segunda oportunidad, de volver a nacer; maquilla todo lo normal y ordinario e intenta provocar una sensación de renacimiento, aunque solamente es mas de lo mismo, visto desde otro ángulo.
Y de eso se trata todo, del punto de vista desde donde se miren las cosas.

En este caso, tenemos dos perspectivas, la mía y la del tipo que me apuntaba.
La mía era la de la cooperación resignada, darle la billetera y que se vaya al carajo.
La del tipo era la del despotismo y la dominación. Era quien controlaba los tiempos, quien en ese momento tenía posesión sobre mi vida.
No solo por el arma que me apuntaba continuamente a la cabeza, sino porque su principal aliado era el miedo que veía en mi. Y ambos lo sabíamos. 
Y hasta que el no decidiera que las cosas habían terminado, me tenia con la soga al cuello.

El dinero que tenia encima no pareció alcanzarle y me lo hizo saber con un golpe que me tiro hacia un costado.
Solo cuando le di mi reloj, mis zapatos y empezaron a sonar unas sirenas a lo lejos, el tipo se dio media vuelta y desapareció en la noche.
La saque barata, me repetía mientras volvía caminando a mi casa. 
Sin dinero para un taxi y sin zapatos camine 40 cuadras hasta el departamento.
Tuve suerte, repetía; aunque en el fondo no lo creía. Esa sensación de impotencia que da el ser apuntado, no la provoca nada más. Y el que apunta sabe que tiene el poder solo porque tiene el arma. Porque si la situación fuese al reves, también sabe que yo no dudaría en vaciarle el cargador en la cara.
Y esos segundos posteriores, después que el tipo desapareció, son los más preciados; son la diferencia entre seguir respirando y desangrarse en un callejón mugroso.
Tuve suerte…





DIA 63

El último golpe había sido muy bueno, capturamos un convoy con un valor estimado en 1.4 millones de dólares entre armas, droga y billetes. Como se dice un buen trabajo.
Pero no había tiempo para celebrar, uno de los capos del cartel de los zetas estaba en la ciudad y era la oportunidad perfecta para eliminarlo y retomar parte de nuestro territorio.
Pareciera ayer cuando compre mi primer arma, el “ángel de la guarda”, como llamaba a mi magnum 357. 
Desde ese dia, mis habilidades con el revólver y por conseguir dinero fácil, fueron creciendo a la par rapidamente.
Al principio era solo entregar paquetes y recados, luego pequeños trabajos de custodia y vigilancia, luego vino lo bueno y bien pago.
Fue tan rápido que cuando me quise dar cuenta ya era uno más dentro del cartel.
Tenía todo lo que siempre había soñado, casas, autos, mujeres; todo estaba al alcance de mi mano con solo chasquear los dedos.
Pero mientras más te vas sumergiendo, más difícil resulta salir, hasta el punto tal en que salir significa pasar de vivir en una mansión a un cementerio.
No quería salir, era bueno en lo que hacia. Era bueno matando. Había nacido para esto.

Fue uno de los ultimos trabajos. Estuvo condenado desde el inicio. 
Creo que fue el principio del fin.
El plan era sencillo, entrabamos al bar donde se juntaban los capos de los zetas, los llenábamos de plomo y nos íbamos. Simple, entrar y salir.

Pero si algo aprendi, es que lo que parece simple nunca lo es.
Fuimos emboscados por los zetas con ayuda de los federales, quienes les liberaron la zona. Fue una carnicería. Casi todos los nuestros murieron, con excepción de mí y dos más, con quienes logramos escapar por los techos, hasta una camioneta que nos esperaba al otro lado de la ciudad.

Yo tenía un disparo en un hombro, mientras que los otros dos murieron en el camino de regreso.
Los riesgos del trabajo son elevados, pero es parte del juego.
Esta vez, tuve suerte…





DIA 106

Es gracioso como suceden las cosas, de manera imprevisible y aleatoria. Cuando más queres controlarlas, más rápido se van al carajo. 
Y cuando estas en caída libre es imposible frenar, solo podes rezar para que la caída sea lo mas rápida y menos dolorosa posible. Es una lastima que no sea creyente.
En fin, ahora me encuentro en una habitación, en un hotel en el medio de la nada, aunque es cuestión de tiempo para que me encuentren y me maten o me encierren de por vida, eso depende de quienes me atrapen primero.
Pero lo van a hacer, de eso no tengo dudas.
Cuando te metes con la gente equivocada las cosas siempre acaban mal.
Solo hay una forma de salir. De escapar, de terminar con todo.
Y esa salida la tengo al alcance de la mano, es mi único boleto de ida.
Solucionadora de problemas por excelencia, la magnum se sentía como una caricia al apoyarla sobre mi sien. Todo lo que tenia era una bala. Era todo lo que necesitaba en ese momento.
Ya sabía bien lo que era la presión del frío metal sobre mi cabeza. Pase por eso innumerables veces. Todavía recuerdo la primera vez, cuando ese tipo me asaltó en el callejón hace unos meses.
Luego me lo cruce unas semanas más tarde, mientras el salía de robar una tienda. 
Pero la diferencia es que para ese entonces, yo también estaba armado.
Me cruce en su huida, el pareció no reconocerme y cuando quiso sacar su arma le volé la cabeza. Recuerdo como estalló, como alguien que revienta una sandia con una maza. La magnum es un arma letal y destructiva.
Fue el primero de una larga lista. Lista que me llevó a donde estoy ahora, con mi propia arma apuntando hacia mi cabeza.
El destino es un sarcástico hijo de puta.
En ese momento una lluvia de balas inundó la habitación donde estaba. Instintivamente me tire al piso. Si bien quería acabar con mi vida, quería que fuera con mi propia arma, no con una bala de un sicario mexicano, era cuestión de principios. Además ellos no iban a darme la chance de la salida rápida, todo lo contrario.
Tirado en el piso, volví a ponerme el arma en la sien, gatille pero la bala no salió.
Se había trabado en la recamara. 
Mientras tanto las paredes de madera de la habitación eran despedazadas por constantes ráfagas de disparos.
Despues de unos 2 o 3 minutos, los disparos cesaron. Me encontraba tirado en el piso intentando volver a colocar la bala en la recamara. Apreté el gatillo cientos de veces pero el arma no se disparaba.
En eso, uno de los sicarios entró a la habitacion, se acerco a mí, y río mientras veía como intentaba matarme sin éxito una y otra vez.
Sacó su revolver y me apuntó. 
En ese momento, el gatillo de mi revolver cedió…
Tuve suerte.