sábado, 19 de febrero de 2011

Al caer la noche

El día no acompañaba, y si bien era una cosa sin importancia, servía para acrecentar su desesperanza y sumirlo en la más profunda melancolía.
La noche trajo a las lluvias, acompañada de rayos fugaces, que encendían el cielo; iluminando la oscuridad de a ratos.
Caminaba, sin rumbo por las calles mojadas y oscuras. No se dirigía hacia ningún lado; no buscaba  a una persona ni a un lugar, simplemente caminaba. Atrapado en meditaciones, había algo que lo atormentaba. Podía verse en su mirada fría, perdida, opaca.
El encierro le molestaba, necesitaba salir; abrirse paso de toda esa monotonía que no hacía más que hundirlo en su interior.
Las pocas personas que se encontraban en ese momento en la calle, trataban de refugiarse bajo un techo o andaban con paraguas, apuradas; como si fuera que adonde vayan no lloviera. Al pensar eso, una tenue sonrisa se dibujó en su rostro. Hacía mucho tiempo que no reía. Ya casi se había olvidado como hacerlo.
La lluvia había amainado, solamente una ligera llovizna acompañada de una débil brisa circulaban en el ambiente. Estaba enfermo, hacía ya unos días, por lo que se refugió en la estación de tren.  Se sentó en un banco y se quedó inmóvil por unos minutos. Recuerdos invadían su mente, que no podía sacar de su cabeza. De pronto, la sirena del tren que llegaba a la estación interrumpió su trance. Vaciló unos momentos, pero al final ingresó a el.
Se sentó al final de un vagón que se encontraba desierto, a excepción de un viejo y una pareja que discutía casi a los gritos. No sabía a donde iba, tampoco le importaba.  Simplemente sabía que iba; aun podía seguir yéndose.
De nuevo los pensamientos se apoderaron de él. Sus manos comenzaron a temblar. Un escalofrió ingreso a su cuerpo recorriéndolo de principio a fin.
Extraños sentimientos se mezclaron en su corazón. Quería gritar, gritar con todas sus fuerzas; quería correr, irse lejos; esconderse, en un lugar donde nadie nunca pudiera encontrarlo. Pero aunque hubiese tenido las fuerzas necesarias, no hubiese podido ya que se encontraba paralizado. Sus piernas no le respondían.
Pero luego de unos instantes, pudo recobrar un poco el sentido ya que sus pensamientos fueron interrumpidos por la pareja que gritaba aún más.
Su atención se fijó ahora en esa situación.  La pareja se encontraba en la otra punta del vagón, pero por sus gritos parecía que los tenía al lado. Mientras que el viejo se encontraba  casi a mitad del mismo. Reproches e insultos era lo que se lanzaban sin parar ambos energúmenos. De repente, su vista se topó con la del viejo, quién lo miraba atentamente. Tenía una boina gris, unos anteojos enormes y una barba blanca que le ocupaba casi toda la cara. También descubrió que en su oído derecho tenía un aparato para la sordera.  De modo que él era el único que escuchaba toda la discusión.
Entonces se puso de pie, y se dirigió a la puerta de la mitad del vagón pasando delante del viejo, que se dio vuelta y seguía mirándolo. Incomodo por la obstinación del viejo y harto de oir aquella estúpida discusión , decidió bajarse en la próxima estación.
Pero de repente, los insultos cesaron, ya que la mujer le propinó una cachetada al tipo. Este, le dio un puñetazo que la arrojo al piso, sacó un revólver y le disparó tres veces.
El tren se acercaba a la estación.
Se quedó petrificado, inmóvil a lado de la puerta. El viejo se levantó, y lentamente se fue hacia el próximo vagón. Mientras el asesino, conmocionado, guardo su revólver,  paso corriendo frente a él y salió del tren, no sin antes clavarle una mirada amenazante.
No entendía nada. Creía que tal vez su perturbada mente estuviera enloqueciendo y hubiera imaginado todo esto. Se pasó su mano por el rostro. No estaba soñando. Todo era real.
Instintivamente salió del tren. Las puertas se cerraron y el ferrocarril siguió su camino. El asesino había desaparecido. Nadie más había notado lo que había sucedido. Él era el único que vio todo. Pero que hacer. Tenía demasiados problemas para sumar otro, que además no era de su incumbencia. Fue un simple espectador, no tuvo nada que ver en lo que sucedió, además no fue el único que presenció el crimen, ya que también estaba el viejo. Seguramente, creía; el viejo acudirá a la policía y explicará todo, si seguro lo hará. Convencido de esto, salió del andén y siguió su camino.
Sus pasos se interponían con los charcos. Ahora una calma eterna inundaba el espacio. Bastante afectado por lo presenciado, caminaba por las calles tratando de volver a meditar sobre sus propios problemas. Las luces de las calle iluminaban el camino. Ya no había prácticamente nadie afuera. Se encontraba solo. Él y sus pensamientos.
Caminaba despacio, pausadamente; con su cabeza gacha mirando sus propios pasos; cuando escuchó un fuerte impacto, acompañado de un grito desgarrador. Sin levantar su vista vio como el cuerpo de una persona llegó casi hacia sus pies. Un colectivo había atropellado a un transeúnte y lo había arrojado hacia donde él se encontraba.
La persona se encontraba agonizando. Sin darse cuenta, su vista se encontró con la del moribundo, en la que reconoció al asesino del tren.
Se quedó observándolo por unos minutos mientras el tipo se retorcía, hasta que su vida se extinguió. 
Luego, levantó su mirada y siguió, como si nada hubiera sucedido. Aún tenía mucho camino por andar. No podía quedarse quieto, debía seguir. Refugiándose en la ciudad, en la noche, y en sus pensamientos.
















FIN

martes, 15 de febrero de 2011

Anochecer en Grant

Luego del terrible y sangriento período de guerras de independencia, los hijos de los colonos ingleses vencedores de la revolución que habían nacido en las tierras norteamericanas, se dispersaron por los terrenos de su nueva patria; y conformaron los primeros estados modernos en el continente americano.
Múltiples poblados se establecieron a orillas del Atlántico, sobre las vastas y fértiles praderas. Algunos más prósperos que otros tuvieron un mayor desarrollo y una mejor evolución, algo difícil de lograr debido a la gran escasez de recursos que acostumbraba la precaria situación de estas personas echadas a la suerte. Y las ciudades que no lograban dicha prosperidad quedaban progresivamente en el olvido, destinadas a desaparecer.
Esta era la circunstancia que atravesaba Grant, un pequeño pueblo de aproximadamente unos trescientos habitantes que se desvanecía lentamente, debido a que muchos habían migrado al oeste, hacia el Mississippi, para poder lograr mejores condiciones de subsistencia. Estaba enclavado en el corazón de un bosque alejado de todo, las redes de comunicación eran escasas y estaban a cientos de kilómetros.
La única conexión que había era un telégrafo instalado en la comisaría del poblado.
Frente a esta situación poco alentadora, cada mes distintas familias abandonaban el lugar con la esperanza de encontrar un mejor lugar para vivir. 
Pero un día, la tranquilidad y el hastío en el que estaba sumido Grant cambió abruptamente.
Gritos de auxilio y socorro invadieron la calma de la noche. El comisario del pueblo y un grupo de vecinos acudieron rápidamente al lugar donde se producían los alaridos desesperados.
La escena visible al llegar al lugar fue terrible. En el interior de la casa se encontraron múltiples objetos y muebles rotos, esparcidos por todos lados. Al entrar en la habitación vi la escena más espantosa de toda mi vida. Sobre la cama se encontraba una mujer embarazada con un profundo corte en su garganta. La sangre se encontraba casi en todos los rincones de la habitación. Rápidamente el comisario junto con un grupo de vecinos armados rastrearon por toda la zona indicio alguno que hubiese dejado el asesino, pero regresaron al cabo de unas horas con las manos vacías.
El médico del pueblo, luego de realizar la autopsia del cadáver, dictaminó que la victima había sido asesinada por el profundo corte en su garganta asestado por el filo de un machete. Además se encontró en las uñas de la difunta mujer restos de piel de otra persona. Esto significaba sin duda una pelea anterior entre la mujer y su asesino.
Al día siguiente la mujer fue sepultada y el poblado se sumió en luto por algunos días.
El comisario del pueblo citó una por una a cada persona que había visto a la mujer el último día, pero no encontró pruebas suficientes para culpar a nadie sobre la muerte.
Hasta que ciertos rumores sobre un extraño hombre que se había instalado hace poco en las afueras del pueblo llegaron a los oídos del comisario. Según los vecinos que lo habían visto, era una persona solitaria que vivía recluida en su rancho, de apariencia temible; que salía solo por las noches a internarse en el bosque a buscar hierbas para sus presuntos "conjuros de magia negra y pactos con el demonio". Entonces el comisario citó al extraño personaje para que explique si sabia algo del homicidio. El hombre se dirigió el día indicado a la dependencia policial.
Su apariencia era atemorizante. Vestido con un largo sobretodo negro, botas y guantes del mismo color y un sombrero que no dejaba ver sus amenazantes ojos; para el pueblo no quedaba ninguna duda de que era el culpable de la masacre.
El sujeto dijo no saber nada sobre el asesinato, señaló solo haber oído unos gritos de mujer a la medianoche. Mientras que no supo o no quiso explicar el motivo de su llegada al poblado. Si bien el comisario no confiaba en el testimonio del sujeto, tuvo que dejarlo ir al no tener pruebas contundentes; frente a la presión popular que proponía encerrarlo.
De esta forma, el caso quedó en la nada y el asesino en libertad.
Pasaron las semanas y lentamente el convulsionado pueblo volvió a la normalidad.
Pero el miedo y la catástrofe seguirían sobrevolando los cielos de Grant.
Nuevamente gritos en la noche, corridas por las calles del pueblo y una nueva víctima.
Esta vez había sido la hija del párroco, que fue encontrada en su casa con un corte en su garganta y abdomen de embarazada. Las mismas características de la anterior muerte, la misma huella del asesino. Esta vez hallaron el arma homicida a pasos de la ventana donde entró y posteriormente escapó el criminal. Y a un par de metros de allí, hallaron un guante negro empapado en sangre. La ira e indignación de la población fue total. Rápidamente hombres y mujeres armados se dirigieron al rancho del ermitaño para hacer justicia con sus propias manos. El comisario se dirigió hasta allí e impidió que la enfurecida muchedumbre matara al extraño hombre; y lo llevó hasta su comisaría, donde lo encerró en una celda mas que nada para protegerlo de la población; si bien por dentro, el también creía en la culpabilidad del acusado.
El comisario trató de interrogar al recluso sobre los acontecimientos que lo inculpaban, pero este no pronunció palabra alguna y se quedo echado sobre el catre, inmóvil.
Entonces, en un arranque de ira, el comisario le dijo a los gritos que iba a ser ejecutado el próximo domingo al mediodía. Ni siquiera la sentencia de muerte hizo cambiar expresión alguna en el rostro del hombre, lo que enfureció más al policía. 
El comisario del pueblo era un buen hombre, casi nunca perdía la calma. Pero estos repentinos asesinatos a sangre fría a mujeres embarazadas, le hacían recordar a su difunta esposa, la cual murió a manos de un criminal serial hace varios años, esperando un hijo suyo. Después de esos episodios, el hombre no volvió a ser el mismo de antes.
Los días pasaban y el prisionero permanecía acostado sobre su litera sin comer los alimentos que se le proporcionaban. La horca establecida en la plaza central del pueblo había sido arreglada y confeccionada para la ejecución. La población estaba contenta y satisfecha con la medida tomada. Hacia bastante tiempo que no sacrificaban a nadie.
Finalmente el día llegó. La gente de todo el pueblo estaba agrupada en la plaza contemplando el espectáculo que consistía en ver morir a un hombre. El recluso fue transportado en una carreta-jaula para alimentar la cruel diversión del público que le arrojaban piedras, verduras podridas y varios insultos. Luego el condenado fue atado, encapuchado y colocado en el lugar indicado donde la cuerda se ajustó a su cuello. El párroco del pueblo se negó a darle la extremaunción debido a la indignación y furia que sentía contra aquel hombre que había asesinado brutalmente a su hija.
Sin tiempo que perder, el comisario accionó la palanca que sacaba la base de la horca y el hombre quedó pataleando en el aire. El júbilo sádico de la plebe se expresó en forma de gritos y aplausos.
De pronto, corriendo desde un extremo de la plaza entró un hombre corriendo desesperado y a los gritos le dijo al comisario que había encontrado el cuerpo sin vida y mutilado de una mujer embarazada. Rápidamente, el comisario sacó de su cinturón un puñal con el que de un golpe cortó la soga que ahorcaba al presunto asesino. El hombre quedó tirado en el suelo ahogado, sin poder moverse. La muchedumbre quiso abalanzarse sobre el, pero el comisario lo impidió y lo llevó hacia la carreta.
Entonces el comisario dictaminó que el acusado quedaría en libertad. La irritación del pueblo no se hizo esperar. Muchos planteaban que podía haber asesinado a la nueva victima mucho antes de que hubiese sido encarcelado. Pero el testigo que halló el cadáver dijo que la mujer había sido asesinada recientemente, puesto que la victima era su hermana y no la había visto hace dos días. Era imposible que el acusado la hubiera asesinado ya que se encontraba encarcelado en ese entonces.
La idea de que el asesino asechara cuando y como quisiera realmente desesperaba al comisario. Podía verse que estaba bastante perturbado con este asunto que se le iba de control. El maníaco todavía permanecía escondido entre los pobladores, desafiante; atacando a su antojo y refugiándose en las tinieblas.
El comisario ya había llamado refuerzos policiales de las ciudades vecinas, pero debido al mal clima que había, los caminos estaban interrumpidos y era imposible entrar o salir del pueblo, por lo que estos se retrasarían algunas semanas. Si no se tomaban medidas drásticas seguirían muriendo día a día personas inocentes.
Entonces decidió tomar una medida bastante arriesgada. Sólo quedaba en el pueblo una sola mujer embarazada, las demás habían sido asesinadas, y conociendo el apetito del psicópata, era la única que podía ayudar para capturarlo.
El plan era utilizar a la parturienta como anzuelo para atraer al asesino y capturarlo. Los familiares de la joven se opusieron a la cuestión alegando que no expondrían su vida de esa manera. Pero ella finalmente aceptó, diciendo que no se quedaría de brazos cruzados viendo morir a sus vecinos y amigos.
La joven seguiría con su vida normal, pero en el sótano de su casa se esconderían el comisario, su padre y hermano turnándose cada día para vigilar el posible ataque del asesino. No podían confiar en ninguna otra persona del poblado, ya que entre ellos se encontraba el criminal.
Las primeras dos vigilancias habían transcurrido sin sobresaltos. Era la tercer noche y estaba a cargo del comisario. Este cargó su revolver, afiló su puñal y se quedó sentado quieto, paciente pero alerta esperando de un instante a otro la llegada del intruso.
La muchacha se había dirigido a su habitación a dormir. La noche era de una quietud absoluta. No se percibía el menor sonido en la oscuridad, ni en la casa ni en su exterior. Todo estaba en completo silencio. El comisario, blandiendo su arma, escuchaba solamente el latido apresurado de su agitado corazón.
Pero en un momento, la calma nocturna se vio alterada por una serie de ruidos, débiles y pausados, como a pasos, que el comisario percibió en el interior de la casa. Rápidamente y con el mayor sigilo, subió por los escalones del sótano hacia el piso superior. Con el revólver en su mano derecha y el puñal en su mano izquierda se dirigía lentamente al dormitorio desde donde provenían los sonidos.  Imágenes de su esposa vinieron a su mente, sabia que no podía cometer errores. Sin pensarlo, abrió la puerta de un golpe.
Dentro de la habitación se encontraba el asesino dispuesto a sacrificar a  su victima, que yacía descansando en su cama. Rápidamente el hombre que había acudido a impedirlo se abalanzó sobre este y se produjo un intercambio de golpes y puñaladas.
La mujer salió corriendo de la casa a los gritos de socorro. Los ruegos fueron oídos por algunos vecinos, que velozmente se acercaron armados al lugar para no dejar escapar al criminal. Dos disparos desde el interior de la casa tronaron en la tranquilidad nocturna. Luego, la profundidad del silencio.
Los vecinos rodearon la casa. Todavía podía permanecer en ella el asesino.
De pronto, una figura tambaleante se vio salir por la puerta de la propiedad. Un par de vecinos se acercaron a el con precaución, ya que la espesura de la noche era tal que no se veía mas allá de los ojos. El hombre dio un par de pasos, y luego se desplomó sobre el suelo. Los presentes se acercaron discretamente y descubrieron la figura del médico del pueblo cubierto de sangre y con una herida mortal en su pecho. Antes de que alguno hiciera una conjetura o pensamiento apresurado acerca de la situación, el hombre comenzó a hablar.
“El asesino se encuentra muerto dentro de la casa. Se sorprenderán cuando vean su rostro, pero yo no podía guardar más este terrible secreto y ver como seguían pereciendo inocentes. El tenia graves problemas de esquizofrenia, yo lo controlaba regularmente. Luego la enfermedad fue avanzando y ya no pude manejar la situación. Yo mejor que nadie lo conocía, era una excelente persona que no pudo soportar la perdida de su familia y progresivamente fue entrando en un estado de demencia irreversible.
Que dios proteja su pobre alma”
Con estas ultimas palabras, el hombre cerró sus ojos para siempre. Luego, un grupo de vecinos, ingresó a la casa y sacó el cuerpo sin vida del asesino. Nadie de los presentes podía creer que el hubiera sido el causante de aquellas terribles muertes.
El cuerpo del medico fue enterrado en el cementerio, mientras que los restos del comisario fueron incinerados y arrojados en algún lugar.
Este terrible suceso fue noticia en cada región de Estados Unidos y de una semana a otra, el poblado de Grant quedó completamente abandonado.
Muchas personas que pasaban por el ahora pueblo fantasma, decían asegurar que por las noches en las casas deshabitadas solían escucharse gritos de auxilio de mujer y que el aura del comisario rondaba aun por las calles vacías, pero estas sólo eran algunas de las tantas supersticiones infundadas en los macabros hechos ocurridos en el lugar; que la horrorizada población del país trató de olvidar para siempre.












FIN

lunes, 7 de febrero de 2011

Declaración de amor












Sé que no soy el mejor,
Tampoco tengo dinero
Pero quiero ser el primero
En darte mi corazón.


Me siento incompleto
Si no estas a mi lado
Como las nubes y el viento
Cuando van separados.


Desde que he nacido
Solo conozco el dolor,
Nunca creí en el amor
Hasta haberte conocido.


Y si he de morir sin razón
Siendo víctima de fracasos,
Prefiero caer en tus brazos
Y vivir en tu corazón.


jueves, 3 de febrero de 2011

El luchador









Estoy entregado a mi suerte
Como gladiador en la arena,
Cumpliendo esta condena
Por escapar de la muerte.


Aun vivo porque lucho
Y lucho porque aun respiro,
No se si será mucho
Pero todavía sigo en camino.


Si caigo, me levanto
No me daré por vencido,
Aunque mi propio destino
Quiera verme suplicando.


Y si debo morir
Que sea con gloria,
Porque no me iré a ningún lado,
Viviré en tu memoria.

martes, 1 de febrero de 2011

La marioneta del diablo


Capítulo I
"Sed de sangre"

Tome un lápiz del escritorio. Luego de limpiar mis lentes, abrí el cajón donde se encontraba el anotador y me dispuse a comenzar. Mi mano se movía abarcando todo el papel, de acuerdo a las indicaciones que me daba la persona que había encontrado a la victima. Luego de un rato de trabajo, me detuve. Bebí un sorbo de agua, y me quede observando el identikit.
Tenía un nuevo caso. Un nuevo asesinato. Si es que así se lo puede llamar, ya que estaba conectado con otros tres más ocurridos días atrás.
Cuatro crímenes, cuatro asesinos distintos; conectados por una cosa en común, la misma forma idéntica de matar.
Las victimas, elegidas aparentemente al azar, fueron asesinadas en diferentes lugares y circunstancias; en un radio que cubría unos diez kilómetros. Ninguno de los hombres tenía nada en común, pero todos fueron asesinados mediante un corte profundo en la garganta. Aun así, lo mas extraño de estas muertes era que cada victima tenia además, el mismo símbolo tallado a filo en su frente. Los calígrafos aún se encuentran trabajando en él, puesto que no aparenta ser de algún lenguaje conocido.
Siempre lugares públicos, llenos de personas, atacando impunemente a cara descubierta, no me explico realmente como hicieron para escapar sin ser atrapados.
Ayer, fue el último asesinato, cuando el playero de una estación de servicio vio salir del baño a un “extraño sujeto” con sus manos cubiertas de sangre. Le preguntó si necesitaba ayuda y el tipo le dio un golpe rompiéndole la nariz y huyó. Cuando fue al baño encontró a un hombre agonizante ahogándose con su propia sangre, y el extraño símbolo en su frente.
Los ataques comenzaron el jueves pasado. Estamos a martes. Conociendo la inexplicable y demencial sed de sangre que tienen estos sujetos, no pasará mucho tiempo antes de que vuelvan a atacar otra vez. Y si de algo estaba seguro, es que descifrar ese extraño símbolo sería el primer paso para atraparlos.

 


Capítulo II
"El símbolo del pecado"

Especialistas en caligrafía traídos de distintos lugares, trabajaban a contrarreloj tratando de descifrar el enigmático símbolo. Las horas pasaban y no se lograba ningún avance. La sola idea de pensar que los criminales seguían libres, con la opción de atacar a placer sin que pudiera hacer nada, me atormentaba sobre manera; ya que seguían corriendo las horas y seguía sin hallar ninguna pista.
Me estaba por dar por vencido, cuando al parecer, uno de los calígrafos encontró algo acerca de la misteriosa insignia. Aparentemente era un emblema que se utilizaba en la Edad Media, más precisamente en el periodo comprendido por la Inquisición. "Cuando un sujeto era condenado por el tribunal de cometer herejía, era marcado en la frente con un brasero al rojo vivo con este distintivo. De esa manera, el desgraciado era identificado por los demás como hereje y traidor, y vagaba como un miserable por las calles, siendo atacado y humillado por los demás; hasta que moría por las infecciones de las heridas de su rostro, y quedaba su cuerpo pudriéndose en algún callejón mugroso. Se decía que el alma del condenado estaba penada a vagar por el infierno". Este era el peor castigo utilizado por el tribunal inquisidor.
De manera que los asesinos debían ser criminales fanáticos de alguna secta, o solamente un grupo de sádicos dementes. Pensé que al descubrir el significado de este símbolo tendría información para saber en donde buscar, pero era solo un dato de color, ya que me encontraba igual que al principio.
Deje ir a los calígrafos del caso. Ya no los necesitaba. Volví a tomar los expedientes de las victimas. A analizarlos uno por uno. Leí detenidamente cada uno de ellos cientos de veces, pero no encontré nada relevante. Vivian en distintos barrios, tenían distintos empleos, su situación económica era diferente; no existía absolutamente nada que los conectase, aun así debía hallar algo, por mas pequeño que sea.
Cansado, abatido, dejé los informes sobre el escritorio. Simplemente me quede sentado, quieto; mirando el anochecer estrellado por la ventana, como esperando que se me caiga una respuesta. 
De pronto, algo hizo desviar mi vista del cielo, fijándola en el plano donde estaban marcadas las localizaciones de las muertes. Quede observándolo un rato y me pareció ver algo que no había percibido antes. Trazando una línea recta entre los lugares de las muertes, sorprendentemente se formaba una cruz. La encrucijada coincidía con el edificio del manicomio municipal. Tal vez esto sólo era una coincidencia sin valor alguno, pero el cansancio que tenía y sobre todo, la necesidad de conseguir alguna pista factíble; me hicieron salir de la oficina, subirme a mi auto y dirigirme a inspeccionar ese lugar.




Capítulo III
"Invocando demonios"

El reloj marcaba que habían pasado quince minutos de las doce de la noche, cuando estacioné el automóvil en la puerta del manicomio. Afuera hacia un frío terrible, y la persistente lluvia no cesaba ni un segundo. Entré por un enorme y pesado portón oxidado de rejas, que hizo un rechinido tan agudo cuando lo abrí; que los cuervos que se encontraban posados sobre el, salieron chillando cruzando el cielo hasta perderse en la espesura de las nubes negras. Crucé un jardín de pastos altos y árboles secos, hasta que llegué al pórtico donde se encontraba la entrada. Golpeé la puerta. Nadie se acercó a abrirla. Volví a golpear, esta vez más fuerte. Esperé unos segundos más. Oí unos pasos, que lentamente se acercaban al portón, hasta que finalmente, este se abrió.      
Me atendió el medico de guardia del lugar preguntándome de mala manera que quería. Era un sujeto de mediana altura, calvo, de ojos pequeños y no pude evitar ver que además tenía una gran mordida en su oreja. Le respondí que estaba investigando unos asesinatos ocurridos en la zona, y que quería investigar el lugar. Se sonrío diciendo que aquí solo encontraría locos, no asesinos. Me pidió que le muestre mi placa, y después de observarla detenidamente unos segundos, me dejo pasar.
Me condujo por los pasillos del pabellón mientras me comentaba que hace mucho tiempo la policía no se acercaba al lugar. Decía que le causaba gracia, ya que luchaban contra asesinos seriales, psicópatas; y le tenían miedo a unos locos medicados que no saben ni su propio nombre. Para el, trabajar en un “loquero” era el trabajo mas tranquilo del mundo. Hice de cuenta que no escuché lo que dijo, y le pregunté si había pasado algo anormal en los últimos días. Dijo que todo lo que pasaba aquí era anormal para la gente como los policías. Pero luego agregó que había escuchado cosas que le habían parecido extrañas. Le pregunte a que se refería y me contestó que unos días atrás, haciendo el patrullaje nocturno, escuchó a uno de los internos hablando en un extraño lenguaje. Se acercó a la puerta, y además percibió un olor a azufre intenso. Intentó ver en el interior de la celda por la mirilla pero no consiguió ver nada. Entonces abrió la puerta para ver que sucedía, e inmediatamente el recluso se abalanzo encima de el, atacándolo, hasta arrancarle la mitad de su oreja derecha. Enseguida llegaron otros médicos, que redujeron al atacante inyectándole sedantes hasta dejarlo completamente dormido.
Después interrogaron al recluso para saber porque había hecho eso, y respondió con desvaríos de loco, como que un “brujo” lo había “hechizado” para que escape del manicomio y mate personas.
Pedí verlo, pero me respondió que no podía. Dos días antes se había ahorcado con los cordones de sus zapatos.
Cansado, decidí irme del lugar, ya que había considerado que ir hasta allí había sido una total perdida de tiempo. Estábamos dirigiéndome a la salida cuando escuche a lo lejos alguien que hablaba. Nos acercábamos cada vez mas, y escuchábamos un extraño lenguaje que era el mismo que había escuchado el medico cuando ocurrió el incidente.
Rápidamente, saque mi revolver de la funda y con señas le dije al medico que abriera la puerta. La primer imagen que vi, fue a un tipo vestido de negro leyendo un libro en un idioma extraño y al mismo tiempo como hipnotizando al recluso con un medallón. Era un hecho confuso, que no me permitió realizar ninguna conjetura, ya que acto seguido, el recluso se abalanzó sobre el médico, mientras que el extraño sujeto saltó por la ventana que daba al jardín. Lo seguí sin pensarlo, y este con increíble agilidad, saltó el portón de hierro de unos dos metros como si fuese una pequeña valla. Yo di toda la vuelta, y como ya me había sacado unos veinte metros de distancia le disparé, sin suerte ni puntería ya que la niebla no me dejaba ver casi nada. De pronto, había desaparecido en la oscuridad de la noche.
Volví al manicomio, y vi como al medico de guardia lo llevaban herido a la enfermería, ya que el recluso le había arrancado un pedazo de su mano a mordiscos. Pedí que dejaran al atacante en observación, ya que me ayudaría todo lo que pudiera decirme. Estoy seguro de que con su testimonio, podré entender mejor lo ocurrido, y adelantarme a los próximos hechos.  



Capítulo IV
"Mensajes subliminales"

La mañana siguiente, llegué a la central mas temprano que de costumbre. Todos los sucesos ocurridos recientemente me hicieron pensar, replantear varias veces la situación, que de por si ya era bastante extraña. Volví a considerar datos, hipótesis descartadas, pero ninguna cerraba ni explicaba, por lo menos de forma parcial y provisoria, lo sucedido hasta ahora.
Tomé mi anotador, una lapicera y me dirigí hacia donde se encontraba recluido el paciente del manicomio. Afuera de la habitación se encontraban otros agentes y un psicólogo, para observar detenidamente la situación. Entonces, entré y junto con el sujeto había también un guardia, al que le dije que se retirara.
El sujeto se encontraba sentado, esposado. Me senté en la silla, apoyé el anotador en la mesa y me quedé observándolo por unos instantes. Estaba alienado, como bajo algún trance, ya que miraba todo el tiempo hacia la misma dirección donde no había nada. Le hice algunas preguntas simples, como su nombre, edad; pero fue inútil ya que permanecía todo el tiempo en ese estado de idiotez absoluta. Lo intenté un par de veces más, pero sin ningún resultado. Era una perdida de tiempo. Pero de pronto, su vista hacia la pared se movió hacia mis ojos. Me observaba fijamente, pero con una mirada fría y apagada; como si estuviese dormido con los ojos abiertos. Una vez más volví a realizar el cuestionario pero los resultados seguían siendo los mismos. De repente, el tipo levantó sus manos señalando el anotador que se encontraba arriba de la mesa. Entonces hice ingresar al guardia y le ordené que le saque las esposas. Le di un bolígrafo y empezó a trazar unas líneas sobre el papel. Su mano se movía con gran velocidad por el alto y ancho de la hoja. Estuvo alrededor de quince minutos dibujando sobre el papel, hasta que en un momento se detuvo, dejo el bloc sobre la mesa y se sumergió nuevamente en su estado de meditación absoluta. 
Finalmente los guardias se lo llevaron a su pabellón, mientras yo me quede observando, tratando de descifrar alguna forma existente entre todos los garabatos que había hecho en el papel.
Se lo di a analizar al psicólogo, quien luego de observarlo, me dijo que había perdido el tiempo, ya que lo único que demostraba el dibujo, eran los desvaríos de un orate. 
Estuve cuatro días enteros tratando de encontrarle algún significado racional sin conseguir nada. Frustrado, después de tanto tiempo perdido, hice un bollo con el maldito papel y lo tire.
Eran las tres de la mañana y ya estaba cansado, decidí irme. Entonces tome las llaves de mi auto cuando mi vista casualmente se cruzó con aquel bollo de papel.
Vi algo en el que no había notado antes. Mirando el trozo de papel arrugado, desde este ángulo, pude observar lo que parecía ser un rostro, más bien su contorno y algunos rasgos de la cara, que me pareció que coincidían con los del extraño tipo que había visto en el manicomio. Pero había algo más en el dibujo, y era dos letras esbozadas débilmente bajo su cabeza pero perceptibles al fin: S.J.
No tenia idea de lo que eso podía significar. Tal vez era el nombre y apellido del asesino, pero era bastante improbable. Solo había una forma de confirmarlo, y era a través del autor del dibujo.
Baje por el ascensor al piso inferior donde se encontraban las celdas, y una vez allí ingresé con el trozo de papel a encontrarme con su dibujante. Este, para variar, se encontraba observando detenidamente el techo como si hubiera allí algo de interés.
Trate de hacerle ver el dibujo, pero seguía fascinado contando manchas de humedad, entonces lo tomé del cuello y le puse el papel enfrente de sus ojos señalándole las letras.
Tuve que repetirle tres veces la pregunta. Pero de golpe, alzó su torpe y apagada vista, me miró a los ojos, y extendió lentamente su brazo señalando al medico que se encontraba afuera de la celda. Hice ingresar al medico, mientras el tipo seguía señalando las letras que estaban escritas en el bolsillo de su camisa: S.J.
Que no era otra cosa que el Manicomio San Jorge. El lugar al que ya había ido a investigar, y donde vi con mis propios ojos al “hipnotizador” en acción.
Allí es donde los hechos supuestamente comenzaron, también será donde terminarán.
Sea lo que suceda allí, no me detendré hasta descubrir la verdad.



Capítulo V
"El oficio del converso"

La noche oscura era de un frío intenso. La espesura de la niebla dejaba ver solamente lo que había delante de los ojos. El viento helado llegaba hasta los huesos. 
Estacioné mi auto en la parte trasera del manicomio. Cargué mi revolver y salí al exterior. Si en el departamento de policía se enteraban que quería resolver el caso por afuera de su política, podía costarme el puesto y hasta podía ir a prisión.
Eso no me importaba; desde que comenzó esta serie de crímenes brutales no pude dormir bien, atormentado; pensando día y noche la forma de actuar y las decisiones a tomar. Mi humor había cambiado completamente. Necestitaba resolver esto de cualquier forma. Por eso, estaba tomando unas píldoras, que me permitían serenarme y enfocarme. Por cierto, éste era un buen momento para una dosis.
Entonces camine sigilosamente por el parque, ubicado en la parte posterior al edificio, hasta llegar al pabellón en donde había visto a ese extraño sujeto la otra noche. Me acerque hacia una de las ventanas, y tratando de hacer el menor ruido posible, le di un golpe al vidrio haciendo estallar una parte pequeña de el, que me bastó para introducir mi mano y levantar la traba que la mantenía cerrada.
Entre discretamente y me quede un rato allí, en uno de los pasillos, agachado, viendo si efectivamente nadie me había escuchado.
Luego de un rato, comencé a explorar el lugar. La mayoría de los reclusos dormían, otros hablaban solos, algunos caminaban dentro de su celda, pero no ocurría nada fuera de lo normal. Me acerqué hasta el recibidor, donde ví al medico de guardia mirando concentradamente la televisión, por lo que nadie me molestaría mientras investigara.
Revisé detalladamente cada rincón del primer pabellón sin encontrar ningún rastro anormal. Me dirigí al segundo. El silencio reinante en el edificio era mortuorio. Sólo percibía el sonido de mis pasos y el latido de mi corazón, cuando de pronto, comencé a oír unos débiles susurros. Al acercarme más, esos susurros se trasformaron en palabras pronunciadas en ese lenguaje indescifrable. No tenia dudas, se encontraba dentro de la celda. Despacio, me acerqué al marco de la puerta y pude ver al sujeto leyendo en voz alta un viejo libro mientras hipnotizaba a un pobre infeliz. Mi rompecabezas estaba completo. El maníaco manipulaba mediante hipnosis a los pacientes para luego obligarlos a matar. El motivo que lo impulsaba era lo que no sabía y lo que averiguaré unas vez que lo encierre en la comisaría. Giré el picaporte, e ingresé a la celda, apuntándole al tipo y ordenándole que se detuviera. Dejó de leer, me miró unos segundos, y acto seguido sentí un golpe en la cabeza que me dejó inconsciente tumbado en el suelo.

En un momento, creí despertar, pero no estaba despierto. Trate de abrir mis ojos, pero mi vista estaba nublada y sólo podía distinguir a un objeto que se balanceaba de un lado a otro sobre mi cara. Todo estaba en silencio, pero escuchaba voces que no podía entender. Estaba acostado sobre algo, sentía mis manos y pies estirados y amarrados. No podía reaccionar ni sacarle la vista de encima a ese medallón. De a poco, mi mente dejó de manejar a mi cuerpo; hasta que todo se apagó.

Tengo un cuchillo en el bolsillo. Mi amo me dió una orden. No le fallaré. Allí veo al próximo miserable…



FIN