martes, 15 de febrero de 2011

Anochecer en Grant

Luego del terrible y sangriento período de guerras de independencia, los hijos de los colonos ingleses vencedores de la revolución que habían nacido en las tierras norteamericanas, se dispersaron por los terrenos de su nueva patria; y conformaron los primeros estados modernos en el continente americano.
Múltiples poblados se establecieron a orillas del Atlántico, sobre las vastas y fértiles praderas. Algunos más prósperos que otros tuvieron un mayor desarrollo y una mejor evolución, algo difícil de lograr debido a la gran escasez de recursos que acostumbraba la precaria situación de estas personas echadas a la suerte. Y las ciudades que no lograban dicha prosperidad quedaban progresivamente en el olvido, destinadas a desaparecer.
Esta era la circunstancia que atravesaba Grant, un pequeño pueblo de aproximadamente unos trescientos habitantes que se desvanecía lentamente, debido a que muchos habían migrado al oeste, hacia el Mississippi, para poder lograr mejores condiciones de subsistencia. Estaba enclavado en el corazón de un bosque alejado de todo, las redes de comunicación eran escasas y estaban a cientos de kilómetros.
La única conexión que había era un telégrafo instalado en la comisaría del poblado.
Frente a esta situación poco alentadora, cada mes distintas familias abandonaban el lugar con la esperanza de encontrar un mejor lugar para vivir. 
Pero un día, la tranquilidad y el hastío en el que estaba sumido Grant cambió abruptamente.
Gritos de auxilio y socorro invadieron la calma de la noche. El comisario del pueblo y un grupo de vecinos acudieron rápidamente al lugar donde se producían los alaridos desesperados.
La escena visible al llegar al lugar fue terrible. En el interior de la casa se encontraron múltiples objetos y muebles rotos, esparcidos por todos lados. Al entrar en la habitación vi la escena más espantosa de toda mi vida. Sobre la cama se encontraba una mujer embarazada con un profundo corte en su garganta. La sangre se encontraba casi en todos los rincones de la habitación. Rápidamente el comisario junto con un grupo de vecinos armados rastrearon por toda la zona indicio alguno que hubiese dejado el asesino, pero regresaron al cabo de unas horas con las manos vacías.
El médico del pueblo, luego de realizar la autopsia del cadáver, dictaminó que la victima había sido asesinada por el profundo corte en su garganta asestado por el filo de un machete. Además se encontró en las uñas de la difunta mujer restos de piel de otra persona. Esto significaba sin duda una pelea anterior entre la mujer y su asesino.
Al día siguiente la mujer fue sepultada y el poblado se sumió en luto por algunos días.
El comisario del pueblo citó una por una a cada persona que había visto a la mujer el último día, pero no encontró pruebas suficientes para culpar a nadie sobre la muerte.
Hasta que ciertos rumores sobre un extraño hombre que se había instalado hace poco en las afueras del pueblo llegaron a los oídos del comisario. Según los vecinos que lo habían visto, era una persona solitaria que vivía recluida en su rancho, de apariencia temible; que salía solo por las noches a internarse en el bosque a buscar hierbas para sus presuntos "conjuros de magia negra y pactos con el demonio". Entonces el comisario citó al extraño personaje para que explique si sabia algo del homicidio. El hombre se dirigió el día indicado a la dependencia policial.
Su apariencia era atemorizante. Vestido con un largo sobretodo negro, botas y guantes del mismo color y un sombrero que no dejaba ver sus amenazantes ojos; para el pueblo no quedaba ninguna duda de que era el culpable de la masacre.
El sujeto dijo no saber nada sobre el asesinato, señaló solo haber oído unos gritos de mujer a la medianoche. Mientras que no supo o no quiso explicar el motivo de su llegada al poblado. Si bien el comisario no confiaba en el testimonio del sujeto, tuvo que dejarlo ir al no tener pruebas contundentes; frente a la presión popular que proponía encerrarlo.
De esta forma, el caso quedó en la nada y el asesino en libertad.
Pasaron las semanas y lentamente el convulsionado pueblo volvió a la normalidad.
Pero el miedo y la catástrofe seguirían sobrevolando los cielos de Grant.
Nuevamente gritos en la noche, corridas por las calles del pueblo y una nueva víctima.
Esta vez había sido la hija del párroco, que fue encontrada en su casa con un corte en su garganta y abdomen de embarazada. Las mismas características de la anterior muerte, la misma huella del asesino. Esta vez hallaron el arma homicida a pasos de la ventana donde entró y posteriormente escapó el criminal. Y a un par de metros de allí, hallaron un guante negro empapado en sangre. La ira e indignación de la población fue total. Rápidamente hombres y mujeres armados se dirigieron al rancho del ermitaño para hacer justicia con sus propias manos. El comisario se dirigió hasta allí e impidió que la enfurecida muchedumbre matara al extraño hombre; y lo llevó hasta su comisaría, donde lo encerró en una celda mas que nada para protegerlo de la población; si bien por dentro, el también creía en la culpabilidad del acusado.
El comisario trató de interrogar al recluso sobre los acontecimientos que lo inculpaban, pero este no pronunció palabra alguna y se quedo echado sobre el catre, inmóvil.
Entonces, en un arranque de ira, el comisario le dijo a los gritos que iba a ser ejecutado el próximo domingo al mediodía. Ni siquiera la sentencia de muerte hizo cambiar expresión alguna en el rostro del hombre, lo que enfureció más al policía. 
El comisario del pueblo era un buen hombre, casi nunca perdía la calma. Pero estos repentinos asesinatos a sangre fría a mujeres embarazadas, le hacían recordar a su difunta esposa, la cual murió a manos de un criminal serial hace varios años, esperando un hijo suyo. Después de esos episodios, el hombre no volvió a ser el mismo de antes.
Los días pasaban y el prisionero permanecía acostado sobre su litera sin comer los alimentos que se le proporcionaban. La horca establecida en la plaza central del pueblo había sido arreglada y confeccionada para la ejecución. La población estaba contenta y satisfecha con la medida tomada. Hacia bastante tiempo que no sacrificaban a nadie.
Finalmente el día llegó. La gente de todo el pueblo estaba agrupada en la plaza contemplando el espectáculo que consistía en ver morir a un hombre. El recluso fue transportado en una carreta-jaula para alimentar la cruel diversión del público que le arrojaban piedras, verduras podridas y varios insultos. Luego el condenado fue atado, encapuchado y colocado en el lugar indicado donde la cuerda se ajustó a su cuello. El párroco del pueblo se negó a darle la extremaunción debido a la indignación y furia que sentía contra aquel hombre que había asesinado brutalmente a su hija.
Sin tiempo que perder, el comisario accionó la palanca que sacaba la base de la horca y el hombre quedó pataleando en el aire. El júbilo sádico de la plebe se expresó en forma de gritos y aplausos.
De pronto, corriendo desde un extremo de la plaza entró un hombre corriendo desesperado y a los gritos le dijo al comisario que había encontrado el cuerpo sin vida y mutilado de una mujer embarazada. Rápidamente, el comisario sacó de su cinturón un puñal con el que de un golpe cortó la soga que ahorcaba al presunto asesino. El hombre quedó tirado en el suelo ahogado, sin poder moverse. La muchedumbre quiso abalanzarse sobre el, pero el comisario lo impidió y lo llevó hacia la carreta.
Entonces el comisario dictaminó que el acusado quedaría en libertad. La irritación del pueblo no se hizo esperar. Muchos planteaban que podía haber asesinado a la nueva victima mucho antes de que hubiese sido encarcelado. Pero el testigo que halló el cadáver dijo que la mujer había sido asesinada recientemente, puesto que la victima era su hermana y no la había visto hace dos días. Era imposible que el acusado la hubiera asesinado ya que se encontraba encarcelado en ese entonces.
La idea de que el asesino asechara cuando y como quisiera realmente desesperaba al comisario. Podía verse que estaba bastante perturbado con este asunto que se le iba de control. El maníaco todavía permanecía escondido entre los pobladores, desafiante; atacando a su antojo y refugiándose en las tinieblas.
El comisario ya había llamado refuerzos policiales de las ciudades vecinas, pero debido al mal clima que había, los caminos estaban interrumpidos y era imposible entrar o salir del pueblo, por lo que estos se retrasarían algunas semanas. Si no se tomaban medidas drásticas seguirían muriendo día a día personas inocentes.
Entonces decidió tomar una medida bastante arriesgada. Sólo quedaba en el pueblo una sola mujer embarazada, las demás habían sido asesinadas, y conociendo el apetito del psicópata, era la única que podía ayudar para capturarlo.
El plan era utilizar a la parturienta como anzuelo para atraer al asesino y capturarlo. Los familiares de la joven se opusieron a la cuestión alegando que no expondrían su vida de esa manera. Pero ella finalmente aceptó, diciendo que no se quedaría de brazos cruzados viendo morir a sus vecinos y amigos.
La joven seguiría con su vida normal, pero en el sótano de su casa se esconderían el comisario, su padre y hermano turnándose cada día para vigilar el posible ataque del asesino. No podían confiar en ninguna otra persona del poblado, ya que entre ellos se encontraba el criminal.
Las primeras dos vigilancias habían transcurrido sin sobresaltos. Era la tercer noche y estaba a cargo del comisario. Este cargó su revolver, afiló su puñal y se quedó sentado quieto, paciente pero alerta esperando de un instante a otro la llegada del intruso.
La muchacha se había dirigido a su habitación a dormir. La noche era de una quietud absoluta. No se percibía el menor sonido en la oscuridad, ni en la casa ni en su exterior. Todo estaba en completo silencio. El comisario, blandiendo su arma, escuchaba solamente el latido apresurado de su agitado corazón.
Pero en un momento, la calma nocturna se vio alterada por una serie de ruidos, débiles y pausados, como a pasos, que el comisario percibió en el interior de la casa. Rápidamente y con el mayor sigilo, subió por los escalones del sótano hacia el piso superior. Con el revólver en su mano derecha y el puñal en su mano izquierda se dirigía lentamente al dormitorio desde donde provenían los sonidos.  Imágenes de su esposa vinieron a su mente, sabia que no podía cometer errores. Sin pensarlo, abrió la puerta de un golpe.
Dentro de la habitación se encontraba el asesino dispuesto a sacrificar a  su victima, que yacía descansando en su cama. Rápidamente el hombre que había acudido a impedirlo se abalanzó sobre este y se produjo un intercambio de golpes y puñaladas.
La mujer salió corriendo de la casa a los gritos de socorro. Los ruegos fueron oídos por algunos vecinos, que velozmente se acercaron armados al lugar para no dejar escapar al criminal. Dos disparos desde el interior de la casa tronaron en la tranquilidad nocturna. Luego, la profundidad del silencio.
Los vecinos rodearon la casa. Todavía podía permanecer en ella el asesino.
De pronto, una figura tambaleante se vio salir por la puerta de la propiedad. Un par de vecinos se acercaron a el con precaución, ya que la espesura de la noche era tal que no se veía mas allá de los ojos. El hombre dio un par de pasos, y luego se desplomó sobre el suelo. Los presentes se acercaron discretamente y descubrieron la figura del médico del pueblo cubierto de sangre y con una herida mortal en su pecho. Antes de que alguno hiciera una conjetura o pensamiento apresurado acerca de la situación, el hombre comenzó a hablar.
“El asesino se encuentra muerto dentro de la casa. Se sorprenderán cuando vean su rostro, pero yo no podía guardar más este terrible secreto y ver como seguían pereciendo inocentes. El tenia graves problemas de esquizofrenia, yo lo controlaba regularmente. Luego la enfermedad fue avanzando y ya no pude manejar la situación. Yo mejor que nadie lo conocía, era una excelente persona que no pudo soportar la perdida de su familia y progresivamente fue entrando en un estado de demencia irreversible.
Que dios proteja su pobre alma”
Con estas ultimas palabras, el hombre cerró sus ojos para siempre. Luego, un grupo de vecinos, ingresó a la casa y sacó el cuerpo sin vida del asesino. Nadie de los presentes podía creer que el hubiera sido el causante de aquellas terribles muertes.
El cuerpo del medico fue enterrado en el cementerio, mientras que los restos del comisario fueron incinerados y arrojados en algún lugar.
Este terrible suceso fue noticia en cada región de Estados Unidos y de una semana a otra, el poblado de Grant quedó completamente abandonado.
Muchas personas que pasaban por el ahora pueblo fantasma, decían asegurar que por las noches en las casas deshabitadas solían escucharse gritos de auxilio de mujer y que el aura del comisario rondaba aun por las calles vacías, pero estas sólo eran algunas de las tantas supersticiones infundadas en los macabros hechos ocurridos en el lugar; que la horrorizada población del país trató de olvidar para siempre.












FIN

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