sábado, 19 de febrero de 2011

Al caer la noche

El día no acompañaba, y si bien era una cosa sin importancia, servía para acrecentar su desesperanza y sumirlo en la más profunda melancolía.
La noche trajo a las lluvias, acompañada de rayos fugaces, que encendían el cielo; iluminando la oscuridad de a ratos.
Caminaba, sin rumbo por las calles mojadas y oscuras. No se dirigía hacia ningún lado; no buscaba  a una persona ni a un lugar, simplemente caminaba. Atrapado en meditaciones, había algo que lo atormentaba. Podía verse en su mirada fría, perdida, opaca.
El encierro le molestaba, necesitaba salir; abrirse paso de toda esa monotonía que no hacía más que hundirlo en su interior.
Las pocas personas que se encontraban en ese momento en la calle, trataban de refugiarse bajo un techo o andaban con paraguas, apuradas; como si fuera que adonde vayan no lloviera. Al pensar eso, una tenue sonrisa se dibujó en su rostro. Hacía mucho tiempo que no reía. Ya casi se había olvidado como hacerlo.
La lluvia había amainado, solamente una ligera llovizna acompañada de una débil brisa circulaban en el ambiente. Estaba enfermo, hacía ya unos días, por lo que se refugió en la estación de tren.  Se sentó en un banco y se quedó inmóvil por unos minutos. Recuerdos invadían su mente, que no podía sacar de su cabeza. De pronto, la sirena del tren que llegaba a la estación interrumpió su trance. Vaciló unos momentos, pero al final ingresó a el.
Se sentó al final de un vagón que se encontraba desierto, a excepción de un viejo y una pareja que discutía casi a los gritos. No sabía a donde iba, tampoco le importaba.  Simplemente sabía que iba; aun podía seguir yéndose.
De nuevo los pensamientos se apoderaron de él. Sus manos comenzaron a temblar. Un escalofrió ingreso a su cuerpo recorriéndolo de principio a fin.
Extraños sentimientos se mezclaron en su corazón. Quería gritar, gritar con todas sus fuerzas; quería correr, irse lejos; esconderse, en un lugar donde nadie nunca pudiera encontrarlo. Pero aunque hubiese tenido las fuerzas necesarias, no hubiese podido ya que se encontraba paralizado. Sus piernas no le respondían.
Pero luego de unos instantes, pudo recobrar un poco el sentido ya que sus pensamientos fueron interrumpidos por la pareja que gritaba aún más.
Su atención se fijó ahora en esa situación.  La pareja se encontraba en la otra punta del vagón, pero por sus gritos parecía que los tenía al lado. Mientras que el viejo se encontraba  casi a mitad del mismo. Reproches e insultos era lo que se lanzaban sin parar ambos energúmenos. De repente, su vista se topó con la del viejo, quién lo miraba atentamente. Tenía una boina gris, unos anteojos enormes y una barba blanca que le ocupaba casi toda la cara. También descubrió que en su oído derecho tenía un aparato para la sordera.  De modo que él era el único que escuchaba toda la discusión.
Entonces se puso de pie, y se dirigió a la puerta de la mitad del vagón pasando delante del viejo, que se dio vuelta y seguía mirándolo. Incomodo por la obstinación del viejo y harto de oir aquella estúpida discusión , decidió bajarse en la próxima estación.
Pero de repente, los insultos cesaron, ya que la mujer le propinó una cachetada al tipo. Este, le dio un puñetazo que la arrojo al piso, sacó un revólver y le disparó tres veces.
El tren se acercaba a la estación.
Se quedó petrificado, inmóvil a lado de la puerta. El viejo se levantó, y lentamente se fue hacia el próximo vagón. Mientras el asesino, conmocionado, guardo su revólver,  paso corriendo frente a él y salió del tren, no sin antes clavarle una mirada amenazante.
No entendía nada. Creía que tal vez su perturbada mente estuviera enloqueciendo y hubiera imaginado todo esto. Se pasó su mano por el rostro. No estaba soñando. Todo era real.
Instintivamente salió del tren. Las puertas se cerraron y el ferrocarril siguió su camino. El asesino había desaparecido. Nadie más había notado lo que había sucedido. Él era el único que vio todo. Pero que hacer. Tenía demasiados problemas para sumar otro, que además no era de su incumbencia. Fue un simple espectador, no tuvo nada que ver en lo que sucedió, además no fue el único que presenció el crimen, ya que también estaba el viejo. Seguramente, creía; el viejo acudirá a la policía y explicará todo, si seguro lo hará. Convencido de esto, salió del andén y siguió su camino.
Sus pasos se interponían con los charcos. Ahora una calma eterna inundaba el espacio. Bastante afectado por lo presenciado, caminaba por las calles tratando de volver a meditar sobre sus propios problemas. Las luces de las calle iluminaban el camino. Ya no había prácticamente nadie afuera. Se encontraba solo. Él y sus pensamientos.
Caminaba despacio, pausadamente; con su cabeza gacha mirando sus propios pasos; cuando escuchó un fuerte impacto, acompañado de un grito desgarrador. Sin levantar su vista vio como el cuerpo de una persona llegó casi hacia sus pies. Un colectivo había atropellado a un transeúnte y lo había arrojado hacia donde él se encontraba.
La persona se encontraba agonizando. Sin darse cuenta, su vista se encontró con la del moribundo, en la que reconoció al asesino del tren.
Se quedó observándolo por unos minutos mientras el tipo se retorcía, hasta que su vida se extinguió. 
Luego, levantó su mirada y siguió, como si nada hubiera sucedido. Aún tenía mucho camino por andar. No podía quedarse quieto, debía seguir. Refugiándose en la ciudad, en la noche, y en sus pensamientos.
















FIN

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