viernes, 7 de octubre de 2011

Mala Suerte









 Capítulo I

 "Recordando"

Sumergido en el vacío, contemplando un universo infinito y apagado, dormido en un sueño eterno. Sin noción de tiempo y realidad. No hay arriba ni abajo. No siento mi cuerpo, solamente mi inconciencia flotando por la oscuridad. Me siento como un fantasma vagando por el infinito. De pronto, un destello de luz brillante irrumpe mi nirvana. La luz va aumentando progresivamente, obligándome a abrir mis pesados ojos y a ingresar en ella. Mi cerebro apagado tardo unos instantes, cuales años, en reactivarse. Tome fuerza y con mucho esfuerzo abrí mis ojos. La luz que me había despertado, no era otra que la del amanecer, entrando por una ventana, iluminando la escena.
En ese momento mi conciencia, alma o como se llame regresó a mi cuerpo. Mis neuronas volvieron a trabajar al igual que mis sentidos. Volví a sentir cada centímetro de mi cuerpo.
Lo primero que hice al despertar de mi sueño eterno fue echar un vistazo a mí alrededor.
Me encontraba tendido en una cama de un hotel de una ciudad remota, muy lejos de mi casa. No tenía la menor idea de cómo había llegado. Me invadía un potente dolor de cabeza y mis ropas destrozadas y manchadas de sangre apestaban a alcohol. Alrededor de mi cama había varias botellas de cerveza vacías y una gran cantidad de objetos rotos. Afuera se encontraba mi auto con varios golpes en el capo y los vidrios rotos. Mi primera conclusión fue que me había agarrado una fuerte borrachera; pero si bien tenía bastante experiencia en ello, nunca había terminado de esta manera. 
Entonces comencé a percibir un hedor nauseabundo, como de algo pudriéndose. Mi olfato me condujo hasta el placard. Al abrir las puertas, un cuerpo se desplomó hacia delante.
Era el cadáver de un hombre con un cuchillo atravesado en su garganta. Mi reacción fue de asombro y espanto cuando el cadáver abrió sus ojos y agarró mi brazo. Rápidamente le saque el cuchillo del cuello. El tipo trato de decirme algo, pero volvió a mover su cabeza y se quedó inmóvil para siempre. 
Esto no podía ser real, tenía que estar soñando o dentro de una película de Bruce Willis.
No podía explicar nada de esto, porque realmente no sabía que había sucedido, ni en donde me encontraba. Esto estaba mal, demasiado mal. Las manchas de sangre, aun frescas, estaban esparcidas por toda la habitación, tanto en suelo como en paredes. Mi corazón me indicaba que lo mejor sería huir del lugar. Como estaban las cosas, si cualquiera veía esta situación, yo era sin dudas el asesino. Había caído en la trampa de alguien. No sé de quién, tampoco el por qué; lo único que sé es que desperté en un lugar al que no sé cómo llegué, con un muerto adentro del  placard y su sangre en mis manos.
Lo último que recordaba era que volvía en mi auto desde mi trabajo hacia mi casa, y desperté aquí. Han pasado quince horas desde eso hasta ahora. Saber donde estuve durante ese tiempo es una incógnita que tendré que resolver. Me esforzaba tratando de recordar, de reconstruir el rompecabezas, solo que a mí me faltaban varias piezas.



 Capítulo II

 "Escapando del pasado"

Frente a estas circunstancias, trate de serenarme, sin conseguirlo; y de buscarle una explicación lógica a todo esto. Pero no existía ninguna lógica, de lo único que estaba seguro es que no maté a esa persona. Lo mejor será llevarme el cuchillo, ya que tenía mis huellas digitales; salir del hotel normalmente, como si nada hubiese pasado, y volver a mi casa.
Iba a poner en práctica mi plan, cuando en ese instante, alguien golpeó la puerta de mi habitación. Espere unos segundos, volvieron a golpear. Se identificó como policía, dijo que los demás clientes notificaron gritos y  ruidos hace algunas horas provenientes de mi habitación, y querían pasar a revisar. Mi desesperación aumentó, no sabía qué hacer, estaba como dentro de una pesadilla de la que no podía despertar. Si los hacia pasar, encontrarían al muerto, y al no poder explicar lo sucedido, me pasaría el resto de mi vida en la cárcel por algo que no hice. Si escapaba y me atrapaban, además de la condena por asesinato sumarian mi intento de fuga. Las dos opciones me conducían a la cárcel. Solo que la segunda me daba un hilo de esperanza. Era todo lo que tenía en ese momento.
Decidí  poner en práctica el plan. Tome impulso y me arrojé violentamente por la ventana de la habitación, en el mismo instante que la policía entraba en ella. La ventana se orientaba hacia el estacionamiento, donde se hallaba mi automóvil. Sin perder tiempo me dirigí rápidamente hacia él, mientras la policía me daba el alto. No me importó. Ya estaba jugado. Subí al coche. Gire la llave, pero el motor no respondía. Lo intente una vez más, con la misma suerte. Si el auto no cooperaba, ahí terminaría todo. La policía repitió por última vez el ultimátum.
Como dice el dicho, la tercera es la vencida y el rugido del motor V8 de mi Mustang me pareció el sonido más hermoso del mundo. En ese mismo instante, la policía abrió fuego contra mi vehículo. Pise fuerte el acelerador y desaparecí del lugar.
Mi corazón volvió a latir otra vez. Mis elevadas pulsaciones bajaban su ritmo.
Todavía no comprendía bien lo que había hecho. Jamás pensé que iba a vivir esto.
¿Qué haría de ahora en más?, ¿Pasaría el resto de mi vida escapando por un crimen que no cometí? Todavía no podía procesar lo ocurrido y menos hallar respuestas. Encima de todo, en la carrera perdí el cuchillo con mis huellas digitales.
Era cuestión de tiempo para que me identifiquen.
De pronto, sentí un fuerte dolor en mi hombro izquierdo. Tenía una bala, que quedó alojada en el hueso. La herida sangraba bastante, pero no podía ir a un hospital y estaba lejos de mi casa. Entonces recordé que por esta zona, a un par de calles de aquí, vivía un viejo amigo al que le había hecho varios favores en el pasado, y era este el momento de pasar a cobrarlos. 


Capítulo III 

"Paso en falso"

Confundido, sin saber que hacer, tratando de pensar cómo salir de esto, conducía hacia el departamento de John. Él y yo nos conocíamos desde la secundaria, del mismo barrio, las mismas calles. Eran buenos tiempos. Después él siguió la carrera militar, yo la de medicina. Fue militar condecorado, pero lo juzgaron en un tribunal militar por vender armas a los narcotraficantes, le dieron veinte años de prisión y lo declararon traidor a la patria. Ahora se pasaba la vida tirado en una cama embriagándose y fumando.
En camino hacia lo de John, me crucé con tres patrullas, que al parecer ya me estaban buscando. Me quedaría un tiempo en su departamento hasta que pase el alboroto, y después vería que hacer.
Estacione mi auto en una calle trasera para que nadie lo reconozca y entre al edificio. Subiendo las escaleras note el pésimo estado del edificio, que estaba casi deshabitado, a excepción de John y un viejo ciego, por lo que sería un buen escondite para pasar desapercibido.
Me dirigía hacia su casa cuando note que la puerta se hallaba forzada y abierta. Esto me llamo la atención, ya que él vivía siempre encerrado, aislado del mundo. Me acerqué sigilosamente a la entrada. Esperé unos instantes y entré.
Los pocos muebles que había estaban revueltos, había comida servida, cigarrillos desparramados, pero John no estaba. Lo busque por toda la casa. Fui a lo del ciego a buscar información, pero no sabía nada de él. No creo que John hubiera cambiado sus costumbres de pronto. Estaba por darme por vencido, cuando escuché un ruido, como de un golpe. Espere unos segundos. El golpe se repitió conduciéndome hacia el placard. Ya pensaba lo peor. ¿Otra vez el asesino del hotel? Si así era, ¿Cómo sabía que vendría aquí? ¿Lo anterior fue una advertencia? Deje de hacer conjeturas apresuradas y me dirigí al armario. Al abrirlo encontré a John muy golpeado. Estaba amordazado y con sus manos atadas.
Estaba desatándolo cuando de pronto sentí algo frío en mi cabeza. Era sin dudas el caño de un revólver. Me levante lentamente con las manos arriba. Si hacia algo estúpido queriendo jugar al héroe, el tipo no tendría problema en agujerearme la cabeza. Esperaría una oportunidad, el instante adecuado para jugármela.
Justo apareció el ciego, preguntando si estaba todo bien, ya que había oído ruidos. El tipo se distrajo con él y vi mi oportunidad. Trate de tomar el arma y forcejeamos. El arma se disparó 3 veces. Una de esas balas impacto en la cabeza del viejo ciego, matándolo en el acto. Entonces se produjo un largo intercambio de golpes entre el tipo y yo, hasta que quede tirado en el piso. El tipo tomó el arma. Iba a liquidarme, cuando un disparo de escopeta le perforo el pecho haciendo que caiga del edificio, al salir despedido por la ventana. El que había disparado había sido John, quien había logrado desatarse.
Antes de pronunciar palabra, el cargó su arma, me dijo que estábamos en peligro y que teníamos que huir de aquí. Pregunte de que. No hubo tiempo para una respuesta, ya se oían a pocas cuadras las sirenas de la policía. Bajamos rápidamente del edificio y subimos al auto. Nos estábamos yendo, cuando al pasar por una esquina, una patrulla reconoció mi automóvil y comenzó a perseguirnos. Mientras John manejaba, me hice un torniquete con las mangas de mi camisa para evitar más pérdida de sangre. El auto iba a toda velocidad por las calles de la ciudad esquivando vehículos y personas. Luego de unos minutos, al parecer habíamos perdido a los seguidores. Recorrimos un par de cuadras más, cuando el motor se detuvo bruscamente. Se había agotado la nafta. Mientras tanto, las sirenas sonaban más cerca, y el patrullero se acercaba. No había tiempo que perder, debíamos hallar una salida.



Capítulo IV

"Las dos caras de la moneda"

Los segundos pasaban. No sabía qué hacer. Debía buscar alguna forma de escape. Cuando una persona tiene como destino la cárcel, es capaz de hacer cualquier cosa para evitarlo. No quería pasar el resto de mi vida en una mugrosa celda. Entonces tome una medida desesperada. Agarre la escopeta de John y apuntando contra un auto, obligué al conductor a que baje de él. El hombre, aterrorizado, bajo del vehículo y se echó a correr. John y yo subimos a el, en el mismo momento que reaparecía la patrulla, continuando la persecución. 
El patrullero nos seguía sin tregua, muy de cerca. Para colmo el auto que había “tomado prestado “no sobrepasaba los 120 km/h. Y como si las cosas pudieran empeorar aparecieron tres patrullas más en la carrera. Parece que no querían dejarnos escapar esta vez. Se acercaban cada vez más, con la intención de rodearnos. Una de ellas impacto contra la parte trasera de mi auto, por poco pierdo el control. Si esto seguía así, finalmente nos capturarían.
Al parecer, John también comprendió lo complicado de la situación, y  puso manos en acción. Tomo su escopeta, y asomándose por la ventanilla, le disparó a la rueda delantera de una patrulla. La cubierta estalló y el vehículo perdió el control girando varias veces sobre sí mismo. Las otras patrullas, que venían muy cerca de la primera, no pudieron maniobrar y se estrellaron violentamente contra ésta. Los habíamos perdido.
Entonces, con más tranquilidad, continué conduciendo bajo las indicaciones de John hasta su cabaña, que usaríamos para escondernos por un tiempo. Cuando ya habíamos recorrido unas dos horas de viaje, me detuve a un costado de la desolada ruta y apague el motor del auto. John pregunto por qué paraba, si todavía faltaba un lago tramo para llegar. Le respondí que quería explicaciones acerca de todo lo que había pasado.
Luego de dar un par de rodeos, John comenzó a hablar.
Mediante su relato me enteré que la vida de John era más activa que fumar y embriagarse. Su relación con los narcotraficantes comenzó cuando él estaba en el ejército. Tenía una estrecha relación con estos, ya que les conseguía las armas y municiones que los narcos necesitaban. A cambio, obtenía una jugosa cantidad de billetes para permitirse una holgada y cómoda vida derrochando en apuestas, mujeres y alcohol. Pero esto terminó cuando los altos miembros militares se enteraron de su juego sucio, lo declararon traidor y lo enviaron una buena temporada a prisión.
Después de cumplir la condena, y con el dinero que le quedaba, compró ese asqueroso departamento y se recluyó allí, aislado de la humanidad.
Como si esto fuera poco, la banda de narcotraficantes a la que John le vendía armas se dividió, y se desató una guerra entre los dos grupos por el control de la ciudad. Los narcos creían que John seguía teniendo acceso al mercado de armas, y ambas bandas querían garantizarse el abastecimiento, o en caso contrario; dificultarle a la otra la tarea de conseguirlas. Es por eso que el tipo que había visto en su departamento tenía órdenes de matarlo.
Le pregunte si el muerto que halle en el hotel tenía algo que ver con esto. Me dijo que sí, que había escuchado el rumor de un plan para eliminar a uno de los cabecillas de uno de los grupos en un hotel de las afueras; pero para cubrirse, montaron la escena para aparentar que un completo desconocido lo hizo y de esa forma cubrir sus huellas. El destino quiso que yo sea esa persona. Por culpa de una maldita casualidad, estaba dentro de este gran quilombo
Le pregunte para que dos bandas en guerra declarada querrían esconder sus huellas. Y me respondió que lo hacían porque eran de la misma familia.
Entonces ahora me buscaban la policía y los narcotraficantes. La consecuencia era la misma para el que me atrape: la muerte. Una rápida de un tiro, la otra lenta en la cárcel. El producto era el mismo. Tenía los días contados.
Habiéndome enterado de esto, arranque el auto y nos pusimos en marcha. Todavía faltaba un largo trayecto, y decidí prender la radio para distraerme. No me sirvió de mucha ayuda, ya que escuché me habían identificado como el autor del crimen del jefe narco, del tipo en el departamento de John, el robo de un automóvil y fuga de la autoridad policial.
Mi situación era demasiado complicada.
Apague la radio que me trajo las malas noticias y acto seguido, un camión embistió a gran velocidad mi automóvil haciéndolo girar múltiples veces sobre el pavimento. Con gran esfuerzo abrí mis ojos y mire a mi alrededor. El vehículo quedó totalmente destrozado. John y yo estábamos muy malheridos. Vi la sombra de una persona que se acercaba. Me inyectó algo en el brazo. Un profundo sueño invadió mi ser.
Volví a desmayarme, perdiendo la noción del tiempo.



Capítulo V

"En la boca del león"

Un fuerte dolor invadió mi cabeza. Luego, se trasladó por todo mi cuerpo. Estaba muy golpeado. Casi no sentía mis piernas. Lo último que recordaba era la poderosa embestida del camión contra el auto. Me encontraba sentado en una silla, con mis manos atadas y mis ojos vendados. No sabía dónde estaba, pero supongo el por qué.
A lo lejos escuchaba gritos que pedían auxilio. Parecía la voz de John, pero no estaba seguro. Trate de soltarme, forcejee por algunos minutos, pero fue inútil. Luego, los gritos cesaron. Ya no escuchaba nada. Pasaron minutos, tal vez horas, y sólo oía el silencio reinante.
De pronto, percibí ruidos de pasos que se acercaban. Se detuvieron junto a mí. Una voz me dijo que todavía no moriría, que esa sería la tarea del hijo del narco al que supuestamente había asesinado. La balanza no estaba de mi lado. Estaba resignado. No tenía esperanzas de escape. Pero algo dentro de mí me decía que no podía dejarme morir, tenía que resistir. Me desespere. Grité, insulté con todas mis fuerzas, hasta que me golpearon. Quede tendido en el suelo. El golpe que me propinaron corrió un poco el vendaje que tenía en mis ojos, y pude ver donde me hallaba.
Era una vieja fábrica de muebles abandonada. La poca luz que ingresaba, lo hacía por pequeñas ventanas ubicadas en el techo. Había personas armadas con ametralladoras, fusiles y hasta tenían granadas de mano. Parecían preparados para la guerra. Desde donde me encontraba pude ver a seis, pero por lo menos habrían diez más. También había varios automóviles y camionetas. Este debía ser uno de sus cuarteles.
Escuche también gritos y súplicas de las muchas personas que tenían secuestradas. Pero mi misión principal era escapar de aquí con John, una vez a salvo, le avisaría a la policía sobre este lugar.
Examinando el lugar, mi vista se topó con un objeto metálico tirado en el piso, a escasos centímetros de mi cuerpo. Era un destornillador bastante oxidado, que utilice para romper las cuerdas que me aprisionaban. Pero el tener las manos atadas a la silla dificultó la tarea. Me estire lo más que pude y tome la herramienta con mi boca. Con gran esfuerzo, la desplace por mi cuerpo hasta mis manos. Comencé a cortar las cuerdas con rapidez, logrando soltarme una mano, pero vi que se acercaba un tipo armado y suspendí mi actividad. El tipo me levantó del suelo y sin decir nada, me golpeo con el mango de su arma repetidas veces, hasta romperme la nariz. Contento con su accionar, se dio vuelta con la intención de irse y vi mi oportunidad: rápidamente tome el destornillador con mi mano desatada y se lo hundí en la garganta. La sangre fluía a torrentes. Entonces termine de desatarme, escondí el cadáver en un barril, y tomé la ametralladora. Tenía que moverme con cautela. Lo primero era buscar a John. Lo segundo, salir de aquí.




Capítulo VI 

"Liberación" 

Me dirigí lentamente hacia la habitación donde estaban los secuestrados, posiblemente estuviera John ahí. Había un guardia en la puerta, pero no podía usar el arma, porque en un segundo estarían todos los demás sobre mí. Entonces agarre una moneda que tenía y la arroje cerca del guardia. Al escuchar el ruido, el tipo se acercó para ver qué había ocurrido. Tome un martillo, me acerque a él, y le propine un fortísimo golpe en la cabeza. Pude oír el horrible crujido de su cráneo al partirse.
Entré a la habitación, y vi muchas personas, tanto hombres como mujeres y niños, en estado deplorable encadenados a la pared. Todos evidenciaban golpes y maltrato.
Por su estado de salud, parecía que han estado ahí hace bastante tiempo. Busque a John entre la multitud y lo halle tirado en el suelo, encadenado de pies y manos. Estaba inconsciente, terriblemente golpeado y torturado. Trate de reanimarlo, pero sin efecto. Use el martillo para tratar de romper las cadenas, pero no funcionó. Entonces uno de los prisioneros me dijo que el guardia tenía las llaves de los candados. Tome las llaves y libere a John justo cuando daban la alarma de mi desaparición. Les prometí a los demás que después volvería para liberarlos. Si lo hacía ahora, los narcos no tendrían problemas en fusilar a todos.  
Tome a John en mis hombros y salí de la habitación.
Una lluvia de balas rozó mi cabeza. Coloque a John al resguardo de un auto y conteste los disparos. Herí a dos, y mate a otro. Ellos eran bastantes y estaban bien armados, a mí se me acababan las balas. Tenía que escapar, y si era posible en una pieza.
Entonces me acorde que cada “soldado” tenía algunas granadas, busque al imbécil que había liquidado antes, y tome prestadas las suyas. Con la primera abrí un hueco en unas de las paredes de la fábrica, la segunda fue para los narcos.
En la confusión de la explosión, agarre a John y salí rápidamente por el boquete. Corrí con todas mis fuerzas sin mirar atrás. Pero a pie no llegaría muy lejos. No tenía tiempo para pensar, mi instinto decía que debía huir de allí como fuera. Mis pies pesaban demasiado, la herida de bala de mi hombro amenazaba con infectarse. Frené al costado de un arroyo, detrás de unos arbustos, y deje a John apoyado contra un árbol.   
Entonces fue cuando vi, como a veinte tipos fuertemente armados que se aproximaban desde la otra punta. Ahora sí que ya estaba todo perdido.
Pero mi sorpresa fue mayor, cuando vi con mis propios ojos, que los tipos que avanzaban hacia mí, y los de la fábrica comenzaron a tirotearse. Ráfagas de tiros cruzaban de una punta a otra. Me quede tendido en el suelo sin mover un músculo, mientras John seguía desmayado.
Se había desatado una guerra entre las bandas de narcos. Tenían casi el mismo armamento que el ejército. Se lo debían a John. Pero no me quedaría mirando.
Aprovechando el fragor de la batalla, me desplace hacia un automóvil que no estaba vigilado, subí a John y nos marchamos de allí.
Realmente no estaba consciente de todas las cosas que había vivido, pero quería con todas mis fuerzas, que todo esto termine de una buena vez.



Capítulo VII

"El sabor amargo de la traición"

Conduje a toda prisa hacia la cabaña de John, que se encontraba escondida en medio de la espesura del campo. Una vez allí, lo coloqué en su cama y me dirigí al botiquín a buscar algo para curar mis múltiples heridas. Conseguí alcohol, algodón, vendas, aguja e hilo.
Atendí primero las heridas más leves, y luego me ocupe de la bala en mi hombro. Al no tener las herramientas indicadas para una operación, improvise el escarpelo con un cuchillo de cocina, y la anestesia por algunos tragos de whisky. Removí el pedazo de plomo de mi hombro y suture la herida.
Salí del baño para ver si John había despertado, pero no lo encontré. Busque en la cabaña y fuera de ella pero no estaba. En su estado físico no podía ir a ningún lado.
Ingrese nuevamente en la cabaña y encontré a John apuntándome con un arma. Le pregunté qué hacía. Me respondió que no intentara nada estúpido y que me sentara en la silla. Creí que era una broma, pero por su cara; entendí rápidamente que no lo era.  Me dijo que si seguía huyendo conmigo, iban a encontrarnos rápidamente; y que no quería pasar el resto de su vida en prisión, e iba a hacer cualquier cosa para que así sea. Le contesté que me iría por mi cuenta, jamás volveríamos a vernos.  Dijo que no podía dejarme ir con lo que sabía.
No pude hacerlo entrar en razón. Estaba alterado y muy nervioso.
Sonriendo, me dijo que no iba a matarme,  ya que no quería más muertes efectuadas por el en su conciencia, esta vez lo haría una gran explosión. En efecto, habían varias garrafas distribuidas por la cabaña. Me comentó que había llamado a la policía, y que cuando trataran de entrar por la puerta, activarían una granada y volaría todo.
Antes de irse, el hijo de puta me disparó en una pierna, me ató, amordazó y por último abrió las válvulas de las garrafas. Tomó el auto y se fue.
 Cinco minutos después llegó la policía. Por lo que pude oír, había varios patrulleros. Me dijeron que salga. Lo repitieron un par de veces, y al ver que no respondía, decidieron entrar.
Un gran deseo de venganza fluía dentro de mí. Había dado mi vida por salvarlo de los narcos y así me pagaba. Venganza, era lo único por lo que aún vivía.
Con las pocas fuerzas que tenía, traté de liberarme de las cuerdas que me tenían sujetado. Por suerte, los nudos eran pésimos, cedieron y pude escapar. Me levanté de la silla y camine lentamente hacia la ventana debido a la herida de bala que tenía en mi pierna. Los policías se acercaban. Use las ultimas fuerzas que me quedaban, me arrojé por la ventana y corrí unos metros hasta caer exhausto, al mismo tiempo que entraban a la choza. Instantes después, una terrible explosión destruía la cabaña y todo a su alrededor. No había quedado nadie vivo a excepción de mí.
Con gran esfuerzo, subí a una de las patrullas que no había sido dañada y me dirigí a cazar a  John. Traeré la cabeza de ese maldito servida en bandeja.



Capítulo VIII

"El dulce néctar de la venganza"

Después de todo lo que había hecho por ese gusano, y así era como me pagaba. Juro que lo mataré aunque sea la última cosa que haga en este mundo.
Estuve conduciendo unos veinte minutos, cuando a lo lejos  vi el auto del maldito. Pisé fuerte el acelerador y me acerqué a su vehículo. Se dio cuenta de que su plan para liquidarme no había funcionado como esperaba, tomó su revólver y disparo repetidas veces contra mí. Por suerte su puntería fue mala.  
Pero las balas no me detendrían, estaba totalmente decidido a atraparlo.
Volví a acelerar e impacte mi auto contra el suyo tratando de que pierda el control. Dio un trompo pero logró mantener el control. Cargó su arma y volvió a disparar. Esta vez las balas pasaron muy cerca de mi cabeza, rompiendo el vidrio delantero. Busque en la guantera del patrullero esperando hallar algún revolver, pero solo encontré un par de esposas. 
Entonces disparó otra vez y una de las balas se incrustó en el neumático delantero de mi vehículo. Por poco pierdo el control y me estrello con un árbol al costado de la ruta.
Una vez estabilizado, acelere para perseguirlo, pero mi auto fue perdiendo velocidad progresivamente. Una de las llantas había reventado por un disparo. Poco a poco iba alejándose. Tenía que hacer algo, si no escaparía.
Tomé un bolso que se encontraba en el asiento trasero y lo puse de contrapeso en el acelerador. Abrí la puerta del auto y salí hacia el capó. Una vez allí, tenía que esperar el instante apropiado para saltar hacia el otro vehículo. Pero nuevamente el maldito comenzó a disparar. Era ahora o nunca. Tome impulso y me arrojé. Caí sobre el techo del automóvil. Hizo múltiples maniobras para tirarme, me sujete como pude. De una patada rompí el vidrio del asiento acompañante e ingrese. Se produjo un forcejeo por el revólver, que finalmente se cayó por la ventanilla. Luego vino un largo intercambio de golpes.
Hacia un rato que el vehículo no era conducido, ya que tenía a sus pasajeros enfrascados en una cruenta pelea. Le di un buen golpe en su cara que lo hizo retroceder medio segundo, tiempo suficiente en el que advertí que el vehículo sin control se dirigía hacia un desfiladero. Trate de salir, pero me tomo del cuello y golpeó mi cabeza contra el tablero.
Repetidos golpes impactaron contra mi cara y estómago. El precipicio estaba cada segundo más cerca. Entonces le di un cabezazo que rompió su nariz, abrí la puerta y me arroje fuera del auto, girando varias veces por el pavimento. Instantes después, el vehículo caía por el abismo, y posteriormente explotaba. Pude escuchar claramente los gritos del maldito infeliz.
Mi venganza estaba consumada, ahora podía morir en paz.



Capítulo IX

"Fin del camino"

Las heridas me pasaban factura. La sangre fluía sin cesar. El dolor recorría mi cuerpo, recorriendo cada nervio. Quede tendido en la tierra, exhausto. Todos los recuerdos invadían mi mente. Pude observar mi vida en un segundo. Tenía una buena vida. Estaba conforme con ella, con sus beneficios y defectos, no tenía razones para cambiarla. Pero una maldita sucesión de eventos inesperados pueden cambiar el destino de cualquiera. Podía explicarlo, pero que me creyeran era una cosa muy distinta.
Encima, a lo lejos percibía el ruido de sirenas de policía. Mi suerte estaba echada. Solo tenía dos opciones, pudrirme en una cárcel o suicidarme. Ninguna era de mi agrado. Hubiera preferido caer al vacío mientras luchaba con John en el automóvil. 
Por nada del mundo pisaría una prisión, ya que me quedaría encerrado allí para siempre. Visto de esta forma, el suicidio era un rápido escape. Me estaba acostumbrando a la idea.
Entonces me arrastre hasta alcanzar el arma que había caído durante mi pelea con John. Era una Mágnum 357. Le quedaba solo una bala en la recámara. Era suficiente para mí.
Tome el revólver y lo coloque en mi cabeza. Una sensación de miedo e impotencia impedían mi suicidio. Vacilé algunos minutos. Si disparaba no había vuelta atrás.
Pero no, no quería morir, no todavía. 
Sin pesar, en un arrebato de valor o de locura, volví a poner el arma en mi sien y dispare. Mi corazón se paralizo al igual que mi cerebro. No oía ni sentía nada. El tiempo hizo una pausa. Esta simple acción duró una eternidad para mí. Los segundos pasaban cual años. No me atrevía a abrir mis ojos. Confieso que temía lo que pudiera ver si lo hacía. Finalmente lo hice. Sorprendentemente, todo seguía igual. Yo estaba allí, con el revólver en mi cabeza, vivo. Seguía allí, respirando.
Pero, todo tenia explicación, la bala se había atascado. Perdí la mejor oportunidad de acabar con mi vida. Arroje lejos el arma. No volvería a pasar por ese tormento. 
Las patrullas se acercaban. Estaba completamente derrotado. No había forma de escapar.
 Minutos después, los policías llegaron, bajaron de sus automóviles y me rodearon. Tenía aproximadamente ocho pistolas apuntándome a la cabeza. Aunque hubiese querido resistirme al arresto no hubiera podido, estaba débil, producto de mis heridas.
Me registraron para cerciorarse que estuviera desarmado, me esposaron y me metieron en una patrulla. Nos pusimos en marcha.
Me llevarían a la comisaría para que declarara. A la semana, me juzgarían frente a un tribunal. Esto era inútil, ya que para la justicia las pruebas que me inculpaban eran más que evidentes. Los cargos de los que se me acusaba eran asesinato, desobediencia y ataque hacia la autoridad. Esto, me garantizaba la cadena perpetua. Jamás volvería a ser libre.
Estábamos a mitad de camino cuando el vehículo de detuvo. Algunos policías bajaron y se acercaron, ya que al parecer había una camioneta bloqueando el camino.
Desde mi ventanilla, pude ver que cuando los policías se acercaban a inspeccionar el vehículo; salieron varios tipos armados con armas semi-automáticas y los ametrallaron. Me sorprendí muchísimo. No creo que nadie estuviera interesado en mi liberación. Es más, enseguida descubrí que los tipos eran los narcos de los que había escapado, y estaban dispuestos a hacerme callar; ya que yo sabía el lugar donde se hallaba de su cuartel.
Empezó un fuerte tiroteo entre policías y narcotraficantes. Estos últimos superaban ampliamente en armamento y número a los uniformados. No pude apreciar el enfrentamiento, ya que estaba agachado en el asiento trasero de una patrulla, procurando que no me alcancen las balas. De repente, una bala impactó en la cabeza del policía que me custodiaba. Sin tiempo que perder, tome la llave de las esposas de uno de sus bolsillos y me libere. Abrí la puerta y corrí como pude hasta internarme en un pequeño bosque al costado de la carretera. Al correr me dolía todo el cuerpo, no aguantaba más.
A metros de mi escuchaba ruido de voces y pasos. Estaba seguro que eran los narcos rastreándome. El bosque era poco espeso, por lo que se distinguía bastante bien la posición de cada persona. Una lluvia de balas rozaba continuamente mi cabeza. Lo único en lo que pensaba era en correr, en burlar una vez más a la muerte.
Vi a pocos metros el final del bosque, y el paso de una carretera. Eran los últimos metros.
Entonces vi que un camión se aproximaba. Le hice señas para que pare. Increíblemente, mi vida dependía de ese camión. Tenía a los tipos pisándome los talones, estaba exhausto herido y desarmado.
El vehículo frenó y subí a el rápidamente. Los narcos abrieron fuego en vano contra el.
El conductor me pregunto si necesitaba ayuda. Le dije que no, que todo estaba bien.
Luego me dijo que transportaba mercadería hacia la próxima ciudad, sería un largo viaje. No estaba apurado.
De ahora en más, mi vida sería así, escapando de todo. Tanto de la policía, que me buscaban a alcance nacional, como de los narcotraficantes, que no me dejaran escapar.
No podía cambiar el pasado, de ahora en más tenía que vivir con esto, mi vida estaba en juego y debía pagar el precio por sobrevivir.  



 continuará...


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